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Aramberri, Centro de Monterrey

Aramberri, Centro de Monterrey

Aramberri: tradición, tacos y caos cotidiano en una de las arterias más vivas del centro de Monterrey

Redacción Cecilia Vázquez, Fotografía Martha I. Dávalos.

Como tantas vías de esta zona de la ciudad, Aramberri es sede de los primeros establecimientos gastronómicos de Monterrey, además de otros puntos históricos. Hoy continúa su caótica pero incansable vida gracias a los vendedores ambulantes, puestos de tacos y miles de comensales cuyas labores los llevan a diario por aquí.

Cinco kilómetros, poco más, poco menos, son los que comprende la calle José Silvestre Aramberri. Ésta comienza en Pablo González Garza, también conocida como Fleteros, cruza todo el centro y termina en Félix U. Gómez. De un polo a otro cambia drásticamente de cara. En el lado oeste o poniente, que es más bien “extensión Aramberri”, es de metros bardeados por el Panteón Dolores, algunos comercios, y casas habitación de unas décadas atrás. Pasando Venustiano Carranza, y más adelante la Alameda, sigue siendo relativamente tranquila. Pero una vez atravesando Cuauhtémoc, sobre todo donde cruza con Juárez, el tráfico constante, los vendedores ambulantes y los peatones la convierten en un ruidoso y sofocante caos, especialmente en pleno verano.

Esto, claro está, también la hace un excelente corredor culinario, con comida mexicana barata y honesta, como la mayor parte del centro de la ciudad. No puede darse el lujo de tener una oferta ostentosa, y sin embargo, es a sus alrededores a donde acuden diariamente cientos de dueños de restaurantes y chefs por materia prima.

Por motivos de esta crónica y su espacio, como siempre, nos limitamos solamente a cubrir las cuadras que van desde Cuauhtémoc hasta antes de llegar a la escuadra de Zuazua. Unos metros más delante de ésta, se localiza la famosa casa de Aramberri, escenario de un crimen que ocurrió en los años 30 y que se volvió una de las más famosas leyendas de la urbe.

Mujeres al frente

Cerca del mesón Estrella y a dos cuadras del Mercado Juárez, ambos importantes escenarios gastronómicos de Monterrey, se encuentra un pequeño restaurante de comidas, Conchis. Lleva el nombre de su dueña, quien ese día estaba sentada al fondo del lugar, escribiendo en cartulinas fosforescentes para buscar empleados.

En la entrada, del lado derecho, hay una fila de humeantes cazuelas con guisos y una plancha, en la que dos jóvenes mujeres preparan los platillos. Al lado está la caja y hay unas diez mesas en total dentro del espacio, que incluye un lavamanos y una pequeña hielera. Aquí venden tacos, gorditas, menudo, enchiladas y tostadas preparadas. Según Concepción Moreno, la mayoría de sus comensales piden gorditas de asado, chicharrón, picadillo o deshebrada.

“Mi suegra fue la que empezó en este ramo de la cocina y nosotros le dimos seguimiento”, platica la propietaria y también cocinera, “tenemos más de 15 años dedicándonos a esto”. Abre su negocio de 7:30 de la mañana a 4:30 o cinco de la tarde, dependiendo del trabajo.

El establecimiento tiene poco menos de un año y anteriormente era de tacos. “Se nos presentó la oportunidad de que estaban rentando el local”, recuerda Concepción, “antes andábamos en mercados rodantes”. Sobre la concurrida ubicación, dice que “se acostumbra uno al ruido”.

A unos pasos del Conchis las banquetas son casi infranqueables, sin embargo los peatones no se detienen. El motivo de los obstáculos son los vendedores semi ambulantes, quienes ofrecen desde temprano una envidiable variedad de frutas, verduras y otros alimentos. Entre ellos hay también puestos de tacos, de botanas embolsadas, piñatas y demás.

María Aurora Guerrero está de pie frente a su mesa, que hace las veces de tabla de cortar y exhibidor de nopales. Desde las nueve de la mañana y hasta las seis de la tarde corta tunas y pencas, les quita las espinas y las embolsa en paquetitos de medio kilo o kilo.

Relata María, “mi labor es exhibir la tuna y el nopal, que se vea lo más limpio, lo más delicado. Es lo que entra en el cuerpo”. Como buena vendedora de la calle, admite nunca haber contado cuánto producto mueve en un día, pero dice que una caja viene por kilos y cada una trae entre 20 y 30 kilos. Cuántas utiliza, no sabe o no quiere decir.

“Empezamos nosotros en Ocampo”, continúa, “de ahí nos vinimos para acá. Allá cerraron, ya no hay locales. Era al lado del mercado, ya no quedó nada ahí”. Su madre la releva los fines de semana, de viernes a domingo, y mientras descansa. Fue con ella con quien María aprendió el oficio, por lo que, después de reflexionar rápidamente, calcula que tiene mucho más de 14 años en el comercio. “Toda mi niñez fue trabajar esto con mi mamá”, asegura.

Mientras platica va quitándole espinas a una penca de nopal, para limpiarla y luego picarla, todo con el mismo enorme cuchillo. Éste lo deja caer con la hoja directo a la palma de su mano y los dedos, lo que le provoca muchas pequeñas cortadas, pero que no sangran. “No son callos, son cortaditas”, dice riendo, “ya está la piel bien pulida. De repente sí me lastimo pero nos ponemos un gel, como una cera. Así toda la espina se resbala”. El paso final es agregar cilantro arriba de cada bolsa, para que se vea bien y la gente lo compre más, afirma sabiamente María.

De tacos, mariscos y alcohol

Casi esquina con Aramberri, sobre Juan Méndez, se encuentra el Lontananza, de más de cien años y que ofrece cocteles de camarón, pulpo, campechanas, tostadas de ceviche y otros platillos de comidas corridas; una cervecería llamada La Pantalla.

Del otro extremo de la gama de sitios históricos, también está la primeria iglesia bautista, cuyo llamativo edificio data de 1927. Son vecinas las tiendas de plantas medicinales y de materia prima, además de conocidas marcas culinarias como Kesos y Kosas, la antigua carnicería La Fortuna, el restaurante de mariscos Vitamar, y muchos más.

Aunque es en la vecina colonia Obrera donde se encuentra otra calle famosa por sus varios puestos de tacos rojos, acá también hay al menos un vendedor de este sencillo pero muy buscado platillo. Juan Carlos Pérez asegura que los suyos son los más ricos y que por eso sus clientes siempre que se sientan piden más.

Abre de siete de la mañana a diez de la noche y nada más llega a vender, pues todo viene preparado con anterioridad. Además de los clásicos de papa, también ofrece tacos de harina y al vapor, de chicharrón, deshebrada y frijol. Tiene dos salsas, como todo taquero respetable, la verde y una entre roja y anaranjada de chile serrano. Hacia el lado oriente hay dos muy conocidos y muy emblemáticos restaurantes regios, la Taquería Juárez y la Rosa Náutica. En números anteriores de esta revista los hemos entrevistado y valen bastante la pena conocer sus historias. El primero se localiza en Galeana, entre Aramberri y Ruperto Martínez. El segundo es vecino, literalmente, y está en la esquina que se extiende hacia la vía que protagoniza esta crónica.

Es frente a los taquitos dorados de la Rosa Náutica que abrió en 1993 La Haya, un lugar de comida del mar, en toda la extensión de la palabra. Es un oasis del calor de Monterrey y del centro, climatizado, de iluminación cómoda y muchas mesas de madera. Es de bastas porciones y pasando el mediodía se llena de oficinistas, familias y más.

De entradas sirven aguacate o piña rellenos respectivamente y hay también los clásicos: tostadas, tacos, cocteles, caldos y filetes. Para los que no se contentan con la oferta de siempre, venden molcajete de aguachile, ancas de rana al gusto y hasta pulpo entero. Ideal para probar un poco de todo, están las mariscadas, para dos personas o para cuatro. Es un enorme plato que va al centro, compuesto de varias cazuelitas. Hay coctel de camarón con rebanadas de aguacate, camarones a la diabla y empanizados, arroz, ancas de rana que pueden cambiarse por filete, aros de cebolla y papas a la francesa. Claro, por si no llenan, también llegan a la mesa pequeños caldos de pescado de cortesía, tostadas, galletas saladas y una selección de salsas de la casa y en botella. Excelente opción para culminar un recorrido en una calle que realmente no se puede abarcar culinariamente en un solo día.

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