Montemorelos. N.L.

Tradicionales restaurantes conviven con las nuevas propuestas culinarias en este municipio.
Redacción por: Cecilia Vázquez, guía Alejandra Cantú Bazán
Fotografía por: Martha I. Dávalos

 

Montemorelos es más que sus naranjas. He escuchado hablar de este municipio desde hace aproximadamente una década, tiempo que tengo de conocer a la señorita Alejandra Cantú Bazán, orgullosa nativa de la llamada “capital naranjera”. He probado los frutos cítricos de esa tierra y he conocido a diferentes montemorelenses, pero nunca había recorrido la hora de distancia que separan a esa ciudad de Monterrey hasta diciembre del año pasado.

 

Con motivo de este artículo, invité a la señorita Cantú como guía turística de su rancho – así le dicen de cariño, asegura. Nos tocó un soleado y caluroso día de invierno, lo que hizo que se viera especialmente extraño el desfile de carros navideños que pasamos en el camino por Allende. También en el trayecto vimos el cerro del indio, apodo que toma una parte de la montaña en forma de hombre dormido con un penacho. Esto lo ven de su lado derecho.

 

Pero de ambos lados de la carretera, obviamente, hay huertos y puestos de naranjas. Los hay también ya en la ciudad de Montemorelos, pero por si no tomaron suficiente jugo en su visita, pueden adquirirse los cítricos de regreso sin problema. En el carro hay que sintonizar la radio naranjera en la 100.9 FM ó 950 AM para encajar.

 

Por el camino se pasa además la región del Blanquillo, uno de los ríos del municipio, donde se vende carne seca por todos lados. Hay para escoger, entre otros, de La Fortuna, La Selecta o El Gran Principal, que es también un reconocido restaurante de cortes, comida tradicional y machacado. Otro grande es El Gran Pariente, a la entrada de Montemorelos y justo al lado de su tocayo, El Pariente “el sazón del norte”. Nos detuvimos al almuerzo en el segundo, que difiere del primero por su ambiente un poco más relajado. Esto sin embargo no quita que el establecimiento sea enorme, con decenas de mesas adentro y un servicio muy atento, aunque quizás se deba también a que fuimos en una hora de poca clientela. Otras noches, según la señorita Cantú y otros montemorelenses, hay que esperar para poder sentarse.

 

Aquí probamos frijoles charros, que vienen en una ollita blanca con asa, tacos de barbacoa y asado, gorditas, quesadillas con carne asada y huevos norteños con frijoles y tortillas de harina. Un litro de jugo de naranja alcanza para tres vasos y al final te regalan pequeñas glorias. Pagamos 300 pesos por tres personas y estuvimos satisfechas por un buen rato. Valdemar Ramírez, uno de los trabajadores de las oficinas del restaurante, dijo que el lugar fue fundado hace 25 años y que comenzó con una familia de Allende como negocio de tacos de arrachera. Luego incluyeron las gorditas, platillos mexicanos y demás.

 

“Todo ha sido en puras etapas y necesidades”, contó Ramírez, “(el restaurante) empezó como un toldo con ocho mesas, luego se requirieron otras poquitas y así se ha ido de poco a poco”. Afirmó que lo que más venden son las gorditas pero que “la arrachera es la que manda”. Los sazonadores del lugar son parte del negocio, una empresa hermana, y la gente los lleva para usar en carnes, aves, mariscos, guisos, barbacoas, etcétera.

 

No hubo oportunidad de visitar el otro Pariente, pero según nuestra guía, ahí de entrada te llevan a la mesa una enorme tortilla de harina tostada, con gorditas de manteca arriba, totopos, frijoles con veneno, guacamole y hasta queso flameado. Pero eso no me consta.

 

En la capital
Para el 2010 Montemorelos contaba con casi 60 mil habitantes, ya no un pueblo pero tampoco una gran metrópoli. Por lo que tal vez algunos de sus habitantes, como la señorita Cantú, se sienten con la libertad de quitarse el cinturón de seguridad una vez dentro del municipio. “¿Qué te puede pasar?”, preguntó Cantú. Efectivamente los carros pasan despacio por entre las calles del centro pero hay suficiente tráfico como para tener que esperar antes de cruzar de una banqueta a otra.

 

Camino al centro pasamos Los Pinos, un antiguo restaurante que se encuentra al lado de unos tacos donde también, sorpresa, venden jugo de naranja. Está además el hospital apodado “la Carlota” dentro del campus de la Universidad de Montemorelos. Aquí, aparentemente, venden comida internacional por los estudiantes extranjeros que llegan a estudiar ahí. Es como “un pueblo adentro del pueblo”, simplificó la señorita Cantú.

 

Conviven también una pequeña Coca-Cola, un Best Western, una iglesia adventista y Don Despensa, de los primeros supermercados que llegaron antes de Soriana y demás. Por el área se encuentran los famosos Jugos Gonzáles que, además de bebidas cítricas, venden unas papas a la francesa con queso, aguacate, jamón, champiñones y carne. El puesto de tacos Lupita, frente a una ferretería y antes del parque de beisbol Almazán (actualmente en remodelación), goza igualmente de popularidad.

 

Para llegar al centro se pasa primero la rotonda del tiempo, que es ocupada por un enorme reloj solar, y luego otra rotonda, ésta con una estatua de José María Morelos sentado viendo al municipio que lleva su nombre… al menos en parte. Las campanas indicaron que era la 1:00 de la tarde, por lo que ya habían cerrado los tacos de “la hamaca”, realmente llamados los No. 1. Son mañaneros y sus tortillas están recién hechas en el mismo local pero al lado, en la tortillería que comparte su nombre.

 

Llegamos cuando estaban lavando los molcajetes y el picor de garganta hacía difícil hablar, pero aún así conocimos a la señora María Guadalupe Rodríguez. Sus suegros, nos contó, iniciaron la No. 1 hace 45 años en esa misma calle, Escobedo. Venden tortillas de maíz desde las 6:30 hasta las 2:00 de la tarde. “La hamaca” es el apodo del cuñado de la señora Rodríguez, mismo que fue dado a los tacos. Estos tienen unos 20 años y son de carne asada y barbacoa, pero a esa hora se habían terminado.

 

Frente a la No. 1 se encuentra Cano Café y  Bistro, un restaurante que abrió el año pasado y de los primeros en Montemorelos en ofrecer algo diferente en un panorama donde predominan los tacos, hamburguesas, pollo asado y mariscos. Mario Rey, uno de los dos chefs, se sentó con nosotras en el patio del lugar, perfecto para el brunch o para cualquier comida en buen clima. Se encuentra al fondo de la antigua casa de sillar y también tiene una mesa para grupos más grandes.

 

El chef se unió al restaurante desde mayo del 2015. Es originario de Montemorelos pero estudió en Monterrey, para luego trabajar en el reconocido La Leche, de Puerto Vallarta, y experimentar con la cocina francesa en Cancún.

 

“Tratamos que la gente no salga hasta Monterrey teniendo un restaurante de calidad y buen gusto en Montemorelos”, afirmó Mario, “(que sepan) que tienen otra opción aquí cerca y que comen algo bueno”. En Cano sirven ensaladas, pastas y comida mexicana. Una de sus especialidades es el salmón a la parrilla con aceite de ajo y orégano en salsa de mole de jamaica, el lenguado y el rib eye.

 

Las de siempre

De los restaurantes más nuevos de Montemorelos pasamos a quizás uno de los más antiguos, el Café América, en Zaragoza, entre 5 de Mayo y Degollado. Aquí nos recibió la señora Alicia Pérez Sánchez, o Lichita, quien a sus 85 años continúa atendiendo el lugar, aunque batalla un poco para caminar. “Todo por servir se acaba”, dijo riendo.

 

Doña Lichita reconoció a nuestra guía, la señorita Cantú, porque cómo no va a conocer a todo el que entre ahí. El Café seguramente ha visto mejores días, pero sigue de pie con sus cinco mesas de madera y plástico y sus murales descarapelados al fondo. En el fogón de la cocina continúan preparando asado de puerco, carne ranchera (cortadillo de res) y café hervido o “de greña”. Según doña Lichita el restaurante abrió en 1950 en la calle América, “por donde pasa el tren”. El dueño iba para Estados Unidos con su esposa pero se le acabó el dinero y se puso a trabajar en las vías. Entonces, a petición de sus compañeros, le preguntó a la mujer si podría hacerles de comer, y fue como empezó todo.

 

El Café América se mudó de local pero para 1986 Lichita, quien ya se había unido, cerró el turno de noche y siguió sirviendo sólo de día. Cuando renovaron el centro histórico de Montemorelos el restaurante perdió la mitad de su letrero exterior pero continuó abierto. Aquí comían los piscadores de la región en el “auge de la naranja”, como le dice la señora, época en que vendían varios cabritos al día. “Pero eso se acabó ya”.

 

Recientemente el restaurante fue ocupado por mítines políticos, según nos contaron otros trabajadores. Por su parte Lichita nos llevó hasta el patio a ver sus matas de chile de monte o piquín, su árbol de naranjas, las llamadas “nahuas húngaras” de un intenso color morado, albahaca, lengua de suegra y un cazo con yerbabuena que le dieron en pago unos húngaros que pasaron por ahí. Nuestro viaje exprés nos impidió seguir platicando con Lichita, por lo que nos dirigimos a la conocida panadería El Gallo, con 70 años de antigüedad. La encontramos cerrada y una señora, quien resultó ser la dueña, nos informó afuera que de un tiempo acá sólo abren los fines de semana.

 

Fuimos a la parada final y obligada, La Ponderosa, restaurante, salón de eventos y panadería. “Quien viene a Montemorelos tiene que venir a La Ponderosa”, afirmó la señora Margarita de la Garza, esposa de Gilberto Ramos. Los padres del señor Ramos iniciaron el negocio hace 50 años con un supermercado que luego se transformó en lo que es ahora.

 

Aquí preparan comida mexicana, banquetes, cabrito, fritada, asado de puerco, chiles rellenos, “lo que el cliente pida”, aseguró Margarita. La panadería, al lado, inició con hornos de leña pero tuvo que modernizarse por la demanda. Hacen pan dulce, blanco, pasteles, repostería, de todo un poco.  La Ponderosa es el punto de reunión de la sociedad montemorelense. Grupos de señoras y señores se reúnen a la hora del desayuno, comida y café para disfrutar los productos recién hechos y ser consentidos con sus platillos favoritos. Hace poco, la hija de Margarita y Gilberto, Lucía, volvió convertida en chef al restaurante para introducir platillos gourmet al menú, pero al parecer el lugar ya gozaba de fama y es “el” salón donde todos se quieren festejar.

 

Aquí nos despedimos de Montemorelos – y de los papás de la señorita Cantú Bazán. La experiencia en general nos dio muestra de una ciudad cuyo auge naranjero pudo haber pasado, pero que comienza lentamente a tener nuevas propuestas gastronómicas, sin olvidar la tradición en la que aún se nutren sus habitantes.

 

 

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