Al Restaurant

Uno de esos sitios que para más de un comensal representa un segundo hogar.
Redacción por: Cecilia Vázquez
Fotografía por: Liliana Bazán

Las puertas de este establecimiento en Calzada Madero tienen más de 70 años de haber abierto y no hay planes de cerrar pronto. De aquí han salido dueños de otros clásicos restaurantes, como el Palax y el Manolín, y es tan parte de la ciudad que su fachada quedó grabada para siempre en un popular video musical del grupo Jumbo. A pesar de los enormes cambios por los que ha pasado esta área, aquí siguen llegando clientes para pedir sesos lampreados, hígado encebollado y caldo de res porque el AL es de esos sitios que para más de un comensal representa un segundo hogar.

 

El señor José Waldo Otero Rodríguez es hijo del fundador del AL Restaurant y ahora propietario del mismo, junto con sus hijos y otros socios empleados. Platica, como muestra de la lealtad de su clientela, la vez en que una viga estrelló el sillar del techo del lugar hace unos 15 años. Afortunadamente, recuerda, no sucedió nada, pero por reparaciones cerraron la puerta principal. Aún así, la gente siguió yendo, aunque tuvieran que entrar por el pasillo de servicio, entre botes de basura, y la cocina. “Tú dame de comer”, le decían. Por eso, asegura con orgullo, nunca han cerrado.

 

Su padre, Guillermo Otero Gutiérrez, nació en la Ciudad de México y creció en La Piedad, Michoacán. A los 18 años intentó cruzar a Estados Unidos con “la palomilla”, sin embargo, el dinero se acabó y algunos se quedaron en Monterrey. Entonces Otero Gutiérrez abrió el restaurante París de Noche, en la calle Cuauhtémoc, cerca de la que era la terminal de transportes. “Era más o menos el mismo concepto de restaurante, pero más chico”, cuenta don José, “comida corrida, menudo, café, pan recién hecho. Tuvo problemas, en ese tiempo estaba muy fuerte la cuestión sindical, por 1939. Se lo cedió a los trabajadores y comenzó a dedicarse a otras cosas”. Entre éstas, a la apicultura. El hombre tenía cajones de miel de abeja por la Carretera Nacional, hacia Montemorelos, municipio en el que conoció a su esposa. La pareja fue a vivir a Guadalupe, donde el padre de don José sembró legumbres que vendía en el mesón, compraba y vendía llantas, y demás. “Era negociante”, dice.

 

Entre 1940 y 1941 inicia el AL con tres socios, aunque pronto sería sólo uno. “El negocio no daba para tres personas”, comenta don José. El restaurante original era la Cafetería Alaska, propiedad de unos hombres de China. Ellos le traspasaron el local a Otero Gutiérrez y sus dos amigos. Cuando el hombre se quedó como único propietario, se asoció con sus trabajadores. Eventualmente entró don José al negocio, donde ahora también trabajan sus dos hijas y su hijo. Su hermano, quien falleció hace tiempo, fue dueño de El Cosme en la Carretera Nacional, ahora conocido como el famoso merendero Tino. Luego de 75 años, el AL sigue abierto de lunes a domingo, las 24 horas. Hay comensales que asisten a diario y en ocasiones se llena tanto que deben abrir su salón aledaño, aunque todos quieren sentarse cerca de las clásicas puertas a Calzada Madero. Se están preparando para ampliar hacia el terreno de la parte de atrás, que adquirieron recientemente, pero saben que el cambio es difícil pues una de las razones de asistir de su clientela es el fuerte apego a la tradición.

 

¿Por qué se quedó el nombre “AL”?
Ahí viene la leyenda. El restaurante tenía en el exterior un anuncio que decía “Alaska”, unos dicen que de madera pintada, otro de luz neón, que comenzaba en ese tiempo. Regularmente en febrero, marzo, corrían unos aironazos de 80, 90 kilómetros. Si fue de madera tumbó todo el anuncio, nada más quedaron las letras A y L. Si fue de neón, alguna cosa sucedió que nada más quedaron esas. Nunca hubo la precaución de cambiarlos y la gente lo identificó así.

 

¿Cómo entró usted al negocio?
Entré en 1979, que murió mi papá. Él tenía 75 años, estaba enfermo de diabetes, alta presión. Yo estudié administración de empresas en el Tec. Papá no quería que yo trabajara aquí, entonces mi primer empleo fue en un lugar de artículos de decoración, pisos, alfombras. Luego tuve un negocio de eso, como dueño. Cuando murió, lo dejé para dedicarme al restaurante. Entré sin conocer mucho. Tenía ideas, estaba leyendo y quise hacer modificaciones. Pero lo primero que me dijeron los clientes fue “No le muevas, así nos gusta como está”.

 

¿Por qué decidieron hacer socios a sus empleados?
Cuando mi papá comenzó aquí, pensó que no le fuera a suceder lo mismo del París de Noche. Un abogado le sugirió hacer una sociedad con los trabajadores, no una cooperativa. Repartió un 45 por ciento de las acciones. Lo hizo porque un socio no puede hacer huelga de su negocio, y porque pensaba que todos siendo dueños iban a cuidar al restaurante. Él no iba a tener que estar aquí tanto tiempo. Eso para poderse dedicar a otros negocios, se metió a bienes raíces. Hubo un movimiento laboral y quieren hacer una huelga, quedarse con el negocio porque mi papá no venía tan seguido. Aparentemente el mismo abogado que hizo el movimiento en París de Noche, lo quería hacer aquí. Entonces se les compró su acción, se les liquidó y con ese dinero ellos se juntaron y pusieron lo que se llama ahora el Palax. Era primero La Súper Chueca, antes era un tejaban prácticamente, vendían hamburguesas. Algunos de los que se quedaron aquí siguieron siendo socios. Ahorita todavía vivos quedan tres, ninguno trabajando, están jubilados. También el dueño del Manolín trabajó aquí, ya murió.

 

¿Ha cambiado su menú?
Nunca ha fallado el menudo, los pucheros, la comida corrida, que son diferentes guisados, es prácticamente el mismo. Es más, se ha ido achicando, antes era muy extenso. Así nos podemos concentrar un poquito más. Algunos, como los sesos lampreados, el hígado encebollado, las patitas de puerco, esos nos han distinguido. Desde París de Noche se ha seguido ese menú. La comida corrida es todos los días, siempre metemos un guisado de pollo y otro de puerco o res. Muchos de los clientes son gente mayor, el puerco o res a veces no la comen. El puchero a la gente le gusta mucho, que es el caldo de res.

 

¿Por qué es famoso su pan dulce?
Desde París de Noche se hacía. Nosotros lo horneamos, el único que compramos es el pan francés. Aquí en la azotea hicimos un cuarto especial para el panadero. Antes estaba pegado a la cocina, pero quedó apretado. Al panadero le decimos “Quiero que nos hagas buen pan”. No nos fijamos en cuánta mantequilla, cuánta leche usa. Saca sus productos pero tiene la obligación de seguir la tradición de las empanadas de calabaza y piña, y los pasteles de crema con coco. Ahorita se han agregado el quequito, el bísquet, los ojos, las conchas, pero más o menos siempre ha sido el mismo.

 

¿Cómo ha logrado mantener el horario de 24 horas?
Para nosotros ya pasó lo más duro. El turno de la noche era muy bueno anteriormente. El problema fue que en una administración municipal hubo rondines de tránsito. Cualquiera que salía de una cantina o de un restaurante, los paraban. Después comenzó la inseguridad y nadie quería venir a la Calzada. Si la luminaria estaba apagada, menos. Pero nunca hemos cerrado. Hubo la intención de quitar el turno de noche pero hablamos con el gobernador Medina y prometió poner más vigilancia si nosotros seguíamos abierto, el Palax, el Rubio y otra cafetería, éramos los únicos. Así seguimos trabajando las 24 horas. El primer restaurante también era así. Eso es lo que lo hace famoso. Imagínese en 1935, no había muchos restaurantes, menos que trabajaran 24 horas. Otro fenómeno que ha quitado clientela a la noche es el servicio a domicilio. Lo intentamos varias veces con taxis, pero no funcionó muy bien.

 

¿Cómo ha mantenido su clientela y ha atraído nuevos comensales?
Siempre han habido jóvenes por una razón, porque los domingos venían las familias completas a comer, desde el abuelito hasta el papá y los hijos. Ellos probaron la comida y después siguieron con la tradición y traen a sus propios hijos. Siento que desde Jumbo y desde que entraron los muchachos (sus hijos) es como si fuera sangre nueva. Nos decían que era el restaurante de las cabecitas blancas, pero vienen más jóvenes ahora. Vienen varios grupos, nos piden permiso para tomar fotografías, filmar.

 

Afortunadamente la gente viene y se hace cliente. No sé si es por la atención, servicio rápido, una continuidad en los sabores de la comida. Ha venido gente de San Antonio, de Houston, dicen que tienen 20 años de haberse ido, que regresan y piden lo mismo y sabe igual. Entre los cocineros no hay rotación, ellos son de la parte de Zacatecas y San Luis, tienen la misma sazón, usan muchas hierbas. Eso le gusta a la gente. El personal dura mucho tiempo. El año pasado se jubiló uno de nuestros trabajadores y socio, tenía 75 años más o menos de vida, y casi 60 aquí. Creo que el ambiente de trabajo les gusta. Somos paternalistas, mi papá los cuidaba, los veía como parte de la familia. El trato no es tanto de patrón y trabajador. Oímos sus sugerencias. El café nos lo surte un muchacho que desde su papá traían el grano de Veracruz y Oaxaca. Se dedican a tostar y moler. Ha sido el mismo proveedor por 40, 50 años.

 

 

 

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