17 de marzo

Cuaresma en Maremonti

El ambiente folclórico costeño ya es fatigoso, así que regresé a uno de mis favoritos italianos.
Redacción por: Trimalquio
Fotografía por:

No me considero religioso, pero hay cierto encanto en seguir los ritos católicos que me impusieron desde niño, aunque sea sólo como una forma de expresión cultural. No llego a tanto como ir a misa todos los domingos o confesarme rutinariamente. Eso exigiría un compromiso mayor que mi nivel de devoción. Sin embargo, cuestiones como ponerse la ceniza o no comer carne los viernes de cuaresma, sólo es necesario cumplirlas una vez al año y brindan oportunidad de explorar áreas de los menús de las que inconscientemente me aparto.

 

Lo primero que vendría a la cabeza, considerando mi ya expresada preocupación por cumplir con el calendario católico, sería buscar marisquerías o lugares especializados en comida que no contenga carne roja. Sin embargo, no soy de los que se van por la opción obvia, además que el ambiente folclóricamente costeño que estos establecimientos por lo general intentan emular me parece fatigoso a estas alturas. De manera que decidí regresar a uno de mis restaurantes favoritos de comida italiana: Maremonti.

 

El establecimiento es pequeño y elegante aunque sin la más mínima pretensión de opulencia. La iluminación tenue es perfecta para ambientar reuniones íntimas  y la decoración (a excepción de algunos pequeños murales de sitios célebres de Italia que no llegan a ser por completo de mi agrado) es minimalista, con lámparas modernas y algunas columnas tapizadas con los corchos de las botellas de vino que se han destapado en el lugar desde que abrió. Es divertido ver las secciones de ellas que siguen desnudas esperando brindis futuros.

 

En esta ocasión no podría pedir la recurrente lasaña, con su presentación sofisticada en forma de medallón que, a pesar de apartarse mucho de la rústica cocina de mi nonna, tiene el auténtico sabor italiano de la receta chef Molano (a quien no le he preguntado, pero por el nombre supongo que es compatriota); pero por el plato principal me preocuparía después, finalmente, la oferta de pastas es tan variada que no habría problema en encontrar una que cumpla con mis religiosos requisitos.

 

De entrada, como de costumbre, probé el carpaccio de salmón que, a mi juicio, podría ser el mejor de la ciudad. En ningún otro lugar las lajas son tan delgadas y frescas, además que un ligero sabor a cítricos distingue este platillo que es, por así decirlo, un estándar en los restaurantes de este giro, de las versiones que ofrecen otros establecimientos. Asimismo, el portobello asado (opción que ya no aparece en el menú pero todavía sirven) es un lujo imperdible.

 

En lo que respecta al plato principal, puedo recomendar, a partir de experiencias pasadas, casi todas las pastas del menú: desde las de la sección de clásicos hasta las invenciones del chef (aunque debo decir que el fetuccine alfredo no es el punto fuerte. No es malo, pero no sobresale de entre las innumerables versiones de este platillo que también es un estándar, de hecho parece estar en el menú por protocolo). En esta ocasión, sin embargo, decidí darle oportunidad a los pescados; de otra forma no se sentiría como cuaresma.

 

Mi mayor recomendación es el salmón mandorle. Debo admitir que fue una gran sorpresa, considerando la frecuencia con la que voy, no haber dado con este platillo antes: consiste en una lonja de salmón cubierta en costra de almendras y bañada en una salsa cremosa. Viene acompañado de verduras que en la sencillez de su elaboración resultan el complemento perfecto para un platillo cuya complejidad de elaboración demanda un balance para no abrumar el paladar. No exagero al decir que puede que en delante sustituya a la lasaña, mi plato recurrente del lugar, y Dios sabe cuánto amo esa lasaña.

 

En esta ocasión no ordené postre (finalmente, hacerlo iría contra el espíritu de la cuaresma, ¿qué no?), pero no puedo recomendar lo suficiente el obsesión: un pastelillo de chocolate blando y derretido en el centro que tarda, cumpliendo con la advertencia del mesero, unos engañosos veinte minutos en llegar a la mesa después de que se pide. Asimismo, el crème brûlée, con su acrobática disposición de caramelo sólido que desafía la convención de simplemente usarlo para cubrir la superficie de su cuerpo cremoso, es un triunfo.

 

+ Información
Maremonti
Av. Revolución 3985 / L-l 4 / Col. Torremolinos, Monterrey
Tel. 8103 0096

Las opiniones que aparecen en esta columna son responsabilidad del autor y no necesariamente las de este medio.
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