XII. Bagles
Ilustraciones por Anais Quintanilla
Empieza junio y ya se deja sentir el calor en la ciudad. Para nada se antoja estar en la cocina con las hornillas encendidas, creo que la mayoría preferimos refugiarnos en las zonas más frescas de la casa con un vaso de agua fría. Aunque usualmente no me dan ganas de cocinar cuando hace mucho calor, como quiera siempre termino en la cocina tratando de preparar algo rico.
Una buena opción para esos días calurosos es hacerse un sandwich con vegetales y lechugas o también prepararse un bagle con queso crema. Los bagles son esos panecillos con un agujero al centro. Hay diferentes tipos: salados con semillas, simples, dulces con pasas y canela o con frutas. La consistencia es más densa que el típico pan de caja y son perfectos para acompañar el café del desayuno.
Siempre me ha parecido que los bagles son el sandwich neoyorkino por excelencia, sobretodo con salmón ahumado y queso crema. Siempre los veo en películas y cuando me los topo en el súper no dudo en llevármelos a casa. Creo que son un panecillo muy versátil y quedan bien con complementos dulces o salados, ya sea queso crema y mermelada, con queso y carnes frías o también con un huevo estrellado, tocino y aguacate.
Una versión que me gusta mucho es con salmón ahumado. Necesitas muy pocos ingredientes: bagles, queso crema, salmón ahumado y alguna lechuga como arúgula o espinacas. Primero corta un bagle por la mitad, algunos ya vienen pre-cortados y solo necesitas desprenderlos. Desmenuza un poco del salmón ahumado, unos 50 gr. y mézclalo bien con la mitad del queso crema. Unta un poco de esta mezcla sobre la base del pan, coloca una rebanada del salmón ahumado encima y un poco de arúgula. Cubre con la tapa del bagle para terminar. ¡Listo! Tienes un platillo fresco para esos días en que prefieres no voltear a ver la estufa.
¡Nos vemos la próxima semana!
Anais
Ingredientes
Bagles
Queso crema
Rebanadas de salmón ahumado
Arúgula
XI. Salsa de Fresas
Los fines de semana son para disfrutarse, quedarse en casa redecorando esa esquina de lectura, que nunca termina de ser perfecta, o dando un paseo entre árboles. También es bonito preparar algo rico de comer y sentarse tranquilamente a disfrutar de ese platillo o hacer un pastel. Son tantas las cosas que se pueden hacer para distraerse un rato y olvidar la rutina.
A mí siempre me dan antojos y entonces me pongo a buscar recetas para preparar y me lanzo a comprar mi lista al súper. Justo la semana pasada estaba haciendo el desayuno y me acordé que había comprado unas fresas. Las había limpiado y cortado pero por alguna razón se quedaron en esa esquina del refri que nadie nunca ve y empezaban a ponerse feas. Me dio mucha tristeza tirarlas así que decidí improvisar un poco y hacer algo con ellas.
Las corté en rodajas pero no se veían muy apetecibles y al probarlas estaban muy ácidas. Pensé entonces en hacer una salsa de fresas. En los blogs de cocina siempre te recomiendan que hagas tus propias salsas de frutas porque son buenísimas y que las utilices en lugar de mermeladas para acompañar tus platillos. No se me había ocurrido hacer eso antes, siempre me gusta comer frutas frescas pero en esta ocasión decidí darle una oportunidad a la salsa puesto que mis fresas estaban a punto de morir.
En una pequeña cazuela puse a derretir dos cucharadas de mantequilla. La dejé derretirse aproximadamente unos dos o tres minutos y después agregué dos cucharadas de azúcar. Incorporé bien la mezcla y cuando empezó a burbujear, después de tres o cuatro minutos, agregué las fresas picadas. Es necesario estar moviéndolo constantemente con una cuchara de madera para que la mezcla no se pegue, y dejar hervir unos cuatro o cinco minutos. La verdad es que la fruta se desintegra rápido y en unos diez minutos tienes lista la salsa.
Puedes utilizar moras azules, frambuesas o fresas congeladas. Es una buena forma de recuperar esas frutas que parece que ya hay que tirar pero todavía tienen mucho qué ofrecer. Puedes utilizar tu salsa para acompañar hotcakes o french toast, batir un poco de crema y servir con helado, utilizarla como decoración para un pastel de vainilla o cualquier otro antojo que se te ocurra. Te recomiendo este topping dulce para consentirte este fin de semana.
¡Saludos!
Anais
Ingredientes
2 cdas. de azúcar
2 cdas. de mantequilla
350 gr. de fresas
Nieve
Ilustraciones por Anais Quintanilla
X. Curry Tai
¿Cuántos colores caben en un plato? ¿Y aromas? A veces uno se topa con maravillas y después, cuando no se encuentran cerca, la decepción — o mejor dicho, el antojo— es insoportable. En alguna ocasión, durante algún viaje me topé con un restaurante tailandés. Después de haber estado caminando horas, los especiales que estaban escritos en la pequeña pizarra de la entrada se veían muy tentadores. La comida se veía auténtica, los cocineros también y el sonido de las cazuelas y las cucharas era el de una cocina muy ocupada.
Había escuchado muchos comentarios positivos sobre esta cocina pero no había tenido la oportunidad de probar algún platillo en particular. Pero aquel día, al estar frente a ese pequeño puesto, todo tuvo sentido. Había un montón de personas sentadas en las cuatro mesitas afuera de la ventanilla. Hacía frío pero todos parecían disfrutar de sus sopas al fresco, me sorprendió que muchos restaurantes ya tuvieran su mobiliario de exterior al frente aunque yo todavía tenía que usar chamarra y bufanda. En fin, los europeos tienen un concepto de la primavera muy particular y muy frío.
El aroma que salía de la ventanilla era muy acogedor, y me confortaba saber que del otro lado me esperaba una comida caliente, ese era el mayor atractivo. Pedí una sopa de curry rojo con leche de coco. Tenía verduras, pollo, y un caldito cremoso y picoso que estaba delicioso. A veces sueño con esos currys tailandeses de colores y me da un poco de tristeza/angustia acordarme de que cerca de mi casa no hay ningún puestecillo de comida Tai para llevar.
Pero no todo está perdido y doy gracias a la vida que en algunos supermercados encuentras una gran variedad de productos asiáticos que te salvan la vida de vez en cuando. Si tienes antojo de una comida exótica te recomiendo que pruebes con esta receta para un curry tailandés. El ingrediente especial es la pasta de curry rojo. Generalmente lo puedes encontrar en unos pequeños botecitos como de 250 gr. y vienen en varios sabores.
Para empezar necesitas preparar tus ingredientes. Corta dos zanahorias en rodajas, un pimiento en juliana, unos seis cm. de puerro en rodajas y 150 gr. de brócoli. Necesitaremos una cucharada de ajo y jengibre picado y dos cucharadas de cebolla picada. También hay que tener a la mano aceite de ajonjolí, salsa de soya, la pasta de curry y dos latas de leche de coco. Es importante que utilices la leche de coco sin endulzar y tener cuidado de no confundirla con la crema de coco para bebidas (la que se utiliza para piña colada). Puedes hacer el curry con o sin pollo y acompañar con arroz de jazmín al vapor.
Para preparar el curry hay que freír el ajo, jengibre y cebolla en dos cucharadas de aceite de ajonjolí. Deja que se cocine de tres a cinco minutos para que el jengibre se suavice un poco, ten cuidado de no quemar la cebolla ni el ajo. Después agrega el puerro, la zanahoria, el pimiento y el brócoli y fríelos de tres a cinco minutos. Sazona con tres cucharadas de salsa de soya y agrega de dos a tres cucharadas de la pasta de curry. Utiliza el caldito de la salsa de soya para disolver la pasta de curry y después mézclalo bien con el resto de los vegetales. Fríe el pollo en otra sartén hasta que esté bien cocido y después incorpóralo en la cazuela con los vegetales. Agrega las dos latas de leche de coco y mezcla bien los ingredientes hasta que la sopa tenga un color anaranjado uniforme. Deja hervir unos cinco minutos.
Sirve un poco de la sopa en un tazón hondo. Decora con cilantro y cacahuate picado y acompaña con arroz jazmín al vapor. La combinación del arroz y el curry es mágica y deliciosa, perfecta para satisfacer esos antojos peculiares que a veces nos acechan. Este platillo es ideal para una comida ligera pero reconfortante, lo más cercano a viajar por el Pacífico sin tener que salir de casa.
¡Saludos!
Anais
Ingredientes
1 cda. gengibre picado
1 cda. ajo picado
2 cdas. cebolla picada
2 zanahorias
1 pimiento rojo
6 cm. de puerro en rodajas
150 gr. brócoli
Aceite de ajonjolí
Salsa de soya
100 gr. de pasta de curry rojo
2 latas de leche de coco
250 gr. de pollo
Cilantro al gusto
Cacahuate picado al gusto
IX. Pasta Alfredo
Saber preparar una buena salsa Alfredo es de esas habilidades de las que nunca en la vida te arrepentirás de tener. Hay algunas recetas que son básicas y vale la pena tenerlas en el repertorio para cualquier ocasión. Las pastas, en especial, son platillos sencillos que te sacan de cualquier apuro. El secreto de los platos italianos es empezar con buenos ingredientes. Cuando prepares una comida, busca tener ingredientes de buena calidad, pues esto casi siempre asegura que tendrás un buen sabor como resultado.
Las pastas en general son muy versátiles. Puedes prepararlas con verduras, salsa de tomate, crema, casi cualquier ingrediente funciona bien. Una de mis favoritas siempre ha sido el fetuccini con salsa Alfredo. Para esta receta, los ingredientes que necesitas son harina, mantequilla, leche y una taza de queso parmesano rallado. En esta versión tomé como base la salsa bechamel y para complementarla me gusta utilizar queso parmesano rallado. Éste tiene un sabor más intenso y va perfecto con la salsa blanca. Y, en lo personal, prefiero utilizarlo en trozo y rallarlo.
Para empezar, derrite en una cazuela dos cucharadas de mantequilla. Deja que se dore un poco y agrega dos cucharadas de harina. Incorpora bien los ingredientes hasta formar una pasta espesa. Continúa batiendo la pasta unos dos minutos más y después incorpora la leche. Es necesario estar batiendo la mezcla todo el tiempo para que no se pegue. Al principio parecerá que la salsa está demasiado líquida, pero no te desesperes y continúa moviendo unos cinco minutos y agrega el queso parmesano. Continúa hasta que la salsa espese, unos 12 a 15 minutos en total.
Puedes sazonar con sal y pimienta. También puedes agregar un poquito de polvo de ajo para que la salsa tenga un poco de sabor. Sigue moviendo hasta que la salsa espese, deja calentar unos minutos a fuego bajo y después retírala. En un recipiente con sal y agua hirviendo, vierte 300 gr. de pasta. Puedes utilizar espagueti o fettuccini. Cuando la pasta esté lista, guarda un poco del agua hirviendo.
En una cazuelita honda, fríe unas rodajas de champiñones con un poco de mantequilla. Agrega la pasta drenada y revuelve bien con los champiñones y la mantequilla. Agrega la salsa cremosa de parmesano y unas cucharadas del agua con sal que reservaste.
Disfruta de esta pasta con tu familia o prepárala para tu mamá el fin de semana. No hay mejor regalo que invertir un poquito de tiempo y esfuerzo para alguien que quieres.
¡Felicidades a todas las mamás!
Anais 🙂
Ingredientes
300 gr. de pasta al gusto
2 cucharadas de mantequilla
2 cucharadas de harina
2 tazas de leche
1 taza de queso parmesano rallado
Sal y pimienta
Polvo de ajo
Champiñones
VIII. Baguette
Siempre hay que encontrar tiempo para consentirse y darse un respiro de todo el estrés que nos agobia, sobre todo en lunes o miércoles cuando parece que la semana infinita jamás va a terminar. Vale la pena darse una vuelta por el supermercado y explorar los pasillos, tomarse el tiempo de encontrar los mejores ingredientes para un platillo sencillo o complejo y tal vez descubrir alguna novedad, un té sabor jazmín o frutos rojos.
Cuidarse nunca está de más y creo firmemente que el bienestar empieza con buenos ingredientes. Por eso pienso que aprender a seleccionar frutas y verduras es muy importante para poder crear un buen plato. Nada puede reemplazar el sabor de un aguacate en su punto, un tomate, una manzana. Y si tomas el tiempo de aprender a reconocer lo bueno de cada ingrediente aprenderás lo más importante de la vida: que los pequeños detalles son lo más importante.
Cada decisión es valiosa y merece consideración. Explorar y probar nuevos sabores también es importante para ir creando una lista de favoritos y alargarla con el paso del tiempo. Uno de los esenciales más importantes en la cocina es el pan y aunque existen muchísimas formas, tamaños y sabores, cada uno tiene su favorito para diferentes ocasiones. En lo personal me encantan las barras artesanales con frutas y nueces, también los de tipo “sourdough” o el típico pan francés. Hoy en día puedes encontrar una multitud de variedades en cualquier súper o en panaderías especializadas. Las posibilidades son muchas.
Una opción muy sencilla para tener un platillo rico es preparar un baguette con ingredientes naturales y tu pan favorito. Puedes utilizar mozarella y tomates cherry, o queso camembert y peras o simplemente un corte grueso con mantequilla. Teniendo buenos ingredientes como base puedes obtener la combinación más deliciosa.
Para preparar un baguette a la margherita el procedimiento es muy sencillo. Comienza por cortar algunos tomates cherry por la mitad, cúbrelos con un poco de aceite de oliva y sazona con sal y pimienta. Déjalos reposar un rato. Corta una bolita de queso mozarella en rodajas. También corta algunas rebanadas de tu pan favorito y unta con mantequilla por uno de los lados.
Para ensamblar, coloca el pan en una charola y precalienta el horno a 200ºC. Coloca las rodajas de queso mozzarella y los tomates cherry sobre el pan con mantequilla. Hornea unos 20-30 minutos o hasta que el queso comience a dorarse. Disfruta con tu familia o tus amigos y no dudes en utilizar otros ingredientes.
😉
Anais
Ingredientes
Baguette
Mantequilla
Queso mozzarella fresco
Tomates cherry
Aceite de oliva
Sal y pimienta
VII. Coles de Bruselas
Cuando era pequeña recuerdo que me gustaba leer un cuento sobre un par de conejitos que comían coles de Bruselas. Crecí con la idea de que sería algún vegetal inventado por el autor y que en ese mundo mágico todos tomaban cola de zarzaparrilla y se alimentaban de comida extraña. Honestamente la col siempre me pareció un vegetal de sabor muy extraño. Aunque cuando eres niño, la verdad, todos los vegetales parecen asquerosos y aunque tus papás te obligan, por diferentes métodos, a probar de todo, casi siempre resulta que hay cosas verdaderamente desagradables.
No quiero echarle la culpa a mi mamá por hacerme comer verduras raras, al contrario, estoy muy agradecida de que al día de hoy no me da miedo probar cosas que no conozco y mejor dicho me encanta encontrar nuevos sabores para replicar en casa. Para mí la vida sería demasiado aburrida sin variedad de colores, de platillos, de todo y entiendo el esfuerzo de mis padres por abrir mi panorama gastronómico desde pequeña.
Como les comentaba, la col siempre me había parecido, lo diré, asquerosa. Pero siempre hay un punto en la vida en el que te das cuenta que tus prejuicios personales en contra de la comida tienen fundamentos ridículos. En alguna ocasión que mis papás tenían algún evento al que no se podía llevar niños nos dejaron encargados con unos amigos. Como toda la familia era de China y nosotros no conocíamos la auténtica comida china, a la hora de la cena ordenaron un montón de platillos para que probáramos. Había muchas cosas: arroz frito, tallarines, pollo, carne, rollitos primavera, etcétera.
Creo que esa fue la primera vez que utilicé palillos para comer. De todo aquel festín recuerdo que me gustaron mucho los rollitos. El sabor era diferente a todo lo que había comido antes y aunque estaban fritos, el relleno se sentía ligero y de un sabor muy aromático. Decidí entonces que me encantaba la comida china, aunque no estoy segura de qué tan auténtica sería esa versión. Muchos años después descubrí que los rollitos primavera estaban rellenos de col y zanahoria y otros ingredientes misteriosos. Me sorprendió mucho que la col pudiera tener ese sabor y entonces tuve que aceptar que las verduras no eran tan desagradables como pensaba.
Hace algunos meses, buscando el complemento ideal para una cena, me topé con una receta para preparar coles de Bruselas. Ya las había comido en alguna ocasión y recordé que al horno adquirían un sabor muy interesante. Son una versión miniatura de la col verde, tienen un sabor muy similar, ligeramente más fuerte pero el tamaño es perfecto para acompañar carne o pollo. Las había visto en el súper, entonces no sería difícil encontrarlas y los demás ingredientes eran aceite de oliva, vinagre balsámico y miel de abeja.
Para preparar 350 gr. de coles de bruselas primero hay que lavarlas bien, remover las hojas exteriores y enjuagarlas con agua, para después cortarlas por la mitad y volver a enjuagar. En lo personal me gusta desinfectar los vegetales de este tipo, pero si consigues alguna versión que venga lista para servir puedes evitar este paso. Hay que precalentar el horno a 200ºC. Una vez que las coles estén desinfectadas y secas, se trasladan a un recipiente para hornear. Se bañan con aceite de oliva (de una a dos cucharadas aprox.), sal y pimienta al gusto y se revuelven hasta que todas estén bien cubiertas.
Se hornean alrededor de 30 a 40 minutos hasta que empiecen a adquirir un color oscuro. Esos pedazos doraditos son los que le dan el mayor sabor. Mientras están en el horno, en un bowl pequeño mezcla una cucharada de aceite de oliva, una cucharada de vinagre balsámico y media cucharada de miel de abeja. Bate los ingredientes hasta que se incorporen bien, uno o dos minutos. Retira las coles de bruselas del horno y agrega la mezcla de vinagre balsámico.
Puedes decorar con almendras picadas o en láminas y tu platillo está listo para servirse. Puedes también intentar cocinarlas en el asador, envueltas en papel aluminio y agregar una opción diferente para complementar tus reuniones familiares.
Nos vemos la próxima semana,
Anais 🙂
Ingredientes
350 gr. coles de Bruselas
3 cdas. de aceite de oliva
1 cda. de vinagre balsámico
1/2 cda. de miel de abeja
Sal y pimienta
Almendras para decorar
XXIV. Ramen de medianoche
Ilustraciones Anais Quintanilla
El mejor momento para empezar a cocinar es a media noche. La cocina está completamente vacía, los platos están limpios y en su lugar, y toda la casa está tranquila. También es cuando me da más hambre, sobretodo si comí tarde y se me olvidó cenar. La verdad es que no necesito muchas excusas para ponerme a cocinar, y si tengo los ingredientes necesarios, me encanta poner manos a la obra para preparar algo rico.
El ramen de media noche surgió justamente una de esas veces en las que tenía mucha hambre y ganas de cocinar. Hace algunos meses fui a un restaurante coreano y pedí un ramyeon bien picoso. Me gustó mucho y desde entonces me quedé pensando en cómo hacer uno en casa. No quería usar la típica Maruchan, y después de darle varias vueltas al asunto, descubrí un ramen bastante sabroso en el súper. Era sabor a mariscos, pensé que estaría muy fuerte pero quedó perfecto con la sopa.
Para preparar un ramen de media noche necesitamos una calabacita mediana, una zanahoria grande y algunos champiñones cortados en juliana, como de dos cm. de largo; 20 gramos de germen de soya, una cucharada de jengibre picado y una cucharada de ajo picado, unas tres piezas de cebollín con el bulbo cortado en rodajitas y el tallo en pedazos largos como de dos cm., además de aceite de ajonjolí, una o dos bolsitas de chile quebrado (de esos que siempre sobran cuando compras pizza), sal y pimienta, y un paquete de ramen sabor mariscos.
Primero se ponen a calentar dos cucharadas de aceite de ajonjolí en una olla profunda o wok. Se agregan el bulbo del cebollín, el jengibre y ajo, y se deja freír de dos a tres minutos. Después se agrega la zanahoria y calabacita, champiñones y el germen de soya, y se deja freír unos tres minutos. Se sazonan los vegetales con sal y pimienta y se agrega el chile quebrado. Al final agregamos el tallo del cebollín y dejamos freír un minuto. Agregamos de dos a tres tazas de agua y dejamos que hierva. Cuando el caldo esté hirviendo agregamos el sazonador que viene en el paquete de ramen y lo dejamos hervir unos dos a tres minutos. Finalmente agregamos el ramen y dejamos hervir de tres a cinco minutos.
Para servir coloca el ramen y el caldito en un plato hondo. Puedes agregar un poco de aceite de ajonjolí y semillas de ajonjolí negro para decorar, y tendrás listo tu ramen de media noche.
¡Saludos!
Anais
Ingredientes
1 zanahoria mediana cortada en juliana
1 calabacita chica cortada en juliana
2 ó 3 champiñones cortados en juliana
3 ó 4 cebollines, tallo (en pedazos) y bulbo (en rodajitas)
1 cda. de jengibre picado
1 cda. de ajo picado
Aceite de ajonjolí
Chile quebrado
3 ó 4 tazas de agua
1 paquete de ramen
XXIII. Sopa de calabaza
Ilustraciones Anais Quintanilla
Calabaza sabor otoñal. Redonda con pliegues, pequeña o grande, amorfa, anaranjada, perfecta. La calabaza es de esos vegetales que parecen de otro mundo pero en realidad son maravillosas. Solo están disponibles durante algunos meses y cuando aparecen de repente en el supermercado no debes dudar en comprar una y hacer una buenísima sopa.
La de mejor sabor es la “butternut squash”. Al horno y con una base de zanahoria, apio y cebolla, te prometo que encontrarás el nirvana de las sopas. Alguna vez por casualidad, y quizás un poco por azares del destino, terminé en algún restaurante de museo con muchísima hambre y cuestionando absolutamente todas mis decisiones de vida hasta ese momento. El menú contenía únicamente un platillo: sopa de butternut squash, pan tostado y ensalada. En ese momento tenía tanta hambre que decidí ignorar el hecho de que el único platillo era sopa y convencí a mis amigas de quedarnos a comer.
Hacía mucho frío y una sopita no parecía tan mala idea después de todo. La chica del mostrador nos sirvió en unos bowls grandes, nos puso una pieza de pan artesanal en el plato y nos indicó que la ensalada era libre, pero como ya era tarde y el restaurante estaba por cerrar quedaban muy pocas opciones. Nos sentamos a comer y entonces descubrí el sabor más delicioso y otoñal que jamás había probado en mi vida. La profundidad de los sabores, el pan con mantequilla, la textura y el calor nos devolvieron la vida.
Siempre me acuerdo de esa sopa con un poco de nostalgia. El sabor había sido tan perfecto que nunca pensé que lo volvería a encontrar, sin embargo hace poco me encontré con una calabaza butternut squash en el súper y decidí llevármela e intentar recrear esa deliciosa crema de calabaza. Busqué algunas recetas en internet y videos y concluí que para la primera vez intentaría algo sencillo y la verdad es que el resultado fue maravilloso.
Para esta receta necesitamos una calabaza tipo butternut squash sin piel y cortada en cubos, dos zanahorias, media cebolla, dos piezas de apio y cinco ajos grandes, aceite de oliva, sal y pimienta, cuatro tazas de caldo de pollo y medio paquete de queso crema. Lo primero es cortar todas las verduras en cuadros pequeños y bañarlos en dos o tres cucharadas de aceite de oliva, sal y pimienta. Se ponen en el horno por aproximadamente 40 minutos o una hora hasta que los vegetales se suavicen. Después se licúan, es importante tener cuidado al licuar cosas calientes y hacerlo con porciones pequeñas para que no exploten en la licuadora. Puedes ir agregando una porción de calabaza y verduras con una taza de caldo de pollo y un pedazo del queso crema, y así sucesivamente hasta que termines de licuar todos los ingredientes. Después de licuar se deposita la mezcla en una cazuela grande. Se pone a hervir unos cinco minutos y está lista para servir.
Esta sopa rinde muchísimo. Si sientes que está muy espesa puedes agregar agua al gusto. Te la recomiendo muchísimo y también experimentar con la calabaza y hacer otros platillos, como pasta en salsa de calabaza o gnocchi. Las posibilidades son infinitas.
¡Saludos y nos vemos la próxima semana!
Ingredientes
1 calabaza tipo butternut squash sin piel y cortada en cubos
2 zanahorias en rodajas
1/2 cebolla en cuadros
2 tallos de apio en rodajas
5 ajos grandes
Aceite de oliva
4 tazas de caldo de pollo
1/2 paquete de queso crema
Sal y pimienta
XXII. Curry japonés
Ilustraciones por Anais Quintanilla
Pocas cosas se pueden disfrutar tanto como un delicioso curry en un día lluvioso. El sabor intenso acompañado de arroz blanco es la pareja ideal para entrar en el mood otoñal perfecto. Si eres fan de los currys, como yo, disfrutarás mucho de preparar esta receta en casa. La primera vez que comí curry japonés me lo preparó mi amiga Etsumi, eso fue hace muchos años y en aquel entonces me pareció que sería algo muy exótico. Etsumi me explicó que el curry era una especie de comfort food, que era muy fácil de preparar y se comía en casa usualmente.
Pasaron los años y después conocí los currys hindúes y los de la comida tailandesa y me enamoré. La verdad es que pasó mucho tiempo antes de que me reencontrara con el japonés. Fue de esos platillos que te encantan la primera vez que los comes pero luego desaparecen porque no sabes ni cómo ni dónde volverlos a encontrar. Un día paseando por el supermercado me topé con la sección de productos internacionales. Había muchas cosas asiáticas y decidí llevar una cajita de Pocky. Muy cerca había unas cajas de curry japonés. Al verlo me volvió a la mente el recuerdo del platillo que me había preparado Etsumi y pensé que sería buena idea intentar recrearlo.
Para esta versión del curry yo utilizo una pasta que viene en una cajita amarilla, es una pastilla como de consomé gigante que se llama curry Vermont. Es muy fácil de preparar pues sólo hay que disolverla y acompañar con vegetales y carne. Siempre es mejor preparar las pastas de curry con ingredientes frescos pero es un proceso largo, no conozco bien los ingredientes y la verdad es que con el de la cajita he tenido muy buenos resultados.
Necesitamos una cucharada de jengibre picado, una cucharada de ajo picado, un cuarto de cebolla picada, dos papas grandes cortadas en cubos, dos zanahorias cortadas en rodajas gruesas, un camote chico cortado en cubos, una cajita de curry Vermont, aceite de ajonjolí y tres tazas de agua. También puedes agregar carne, pulpa negra en cuadritos pero para esta versión solo se utilizarán vegetales.
Para empezar se ponen a calentar dos cucharadas de aceite de ajonjolí en una cazuela honda. Se agrega la cebolla, el jengibre y el ajo y se deja freír unos tres minutos. Después se agregan las papas, las zanahorias y el camote en cubos y se dejan freír de cinco a ocho minutos hasta que se suavicen un poco. Es importante darle vueltas de vez en cuando para que los vegetales no se quemen, pero no demasiado para evitar “batirlos”. Después de diez minutos se agrega el agua y se deja calentar uno o dos minutos y al final se agrega la pasta del curry (para esta versión se utiliza media barra de la que viene en la caja). Es importante disolver bien la pastilla en el agua. Ya que se disolvió y no quedan pedazos de la pastilla se deja hervir diez minutos para que espese. Si queda demasiado espeso puedes agregar agua al gusto.
Para acompañar puedes preparar arroz blanco para sushi y servir una porción generosa de curry. Si tienes algún plato bonito de cerámica no dudes en sacarlo para esta ocasión, pues lo mejor es sentarse a disfrutar del delicioso sabor del curry mientras afuera cae la lluvia de otoño.
¡Saludos!
Anais
Ingredientes
1/4 de cebolla picada
1 cda. de jengibre picado
1 cda. de ajo picado
2 zanahorias en rodajas gruesas
2 papas en cubos
1 camote chico en cubos
1 caja de curry Vermont
3 tazas de agua
2 cdas. de ajonjolí
XXI. Infusión de jengibre
Ilustraciones Anais Quintanilla
Ya casi empieza el otoño. Aunque en nuestra ciudad las temporadas se distinguen sólo por variaciones del calor, de repente empieza a llover y me doy cuenta de que ya se terminó el verano, o por lo menos la parte más dura del verano. Lo mejor de esta temporada es poder volver a disfrutar de sopas y caldos o una rica taza de té. En lo personal me encantan las sopas y el pozole, pero tengo que confesar que me despido de ellas cuando hace demasiado calor.
Durante los días más cálidos no se antoja mucho poner a hervir agua para luego tomar una bebida caliente, pero cuando empiezan las lluvias y baja la temperatura se empieza a sentir una atmósfera nostálgica y no hay nada mejor que prepararse un té o un cafecito para disfrutar de una lectura o viendo tu película favorita. También me pasa que cuando empieza a bajar la temperatura me siento más vulnerable y propensa a enfermarme, y cuando llueve y te mojas porque no traes paraguas, ni hablar.
Quiero creer que mis defensas están siempre fuertes pero de repente te empiezas a sentir mal y acabado y entonces empiezas a sospechar que estás a punto de enfermarte de gripa o algún virus anda rondando en la oficina y entonces sí hay que tomar precauciones. Cuando me pasa justo eso, que empiezo a sentir síntomas de resfriado, siempre opto por prepararme una infusión de manzanilla con jengibre. El jengibre es una raíz que se utiliza en muchos platillos de la comida asiática, tiene un sabor “picoso” bastante fuerte y es muy bueno para combatir los síntomas del resfriado.
Para preparar infusión de jengibre bien cargada necesitamos agua caliente, una bolsita de manzanilla (puede ser té verde o infusión de limón), rebanadas delgadas de jengibre, rebanadas de limón y miel de abeja. Hay que calentar el agua en una tetera, y cuando esté hirviendo, servir en una taza. Agregar la bolsita y dos o tres rebanadas de jengibre (es preferible que el jengibre esté fresco y que las rebanadas sean muy delgadas). Entre más rebanadas agregues, más cargada estará la bebida. Deja reposar unos cinco minutos hasta que se enfríe un poco y agrega unas rebanadas de limón y una o dos cucharitas de miel de abeja. Una vez listo, lo puedes tomar inmediatamente para que no se enfríe demasiado.
Puedes disfrutar de esta bebida cuando te sientas un poco resfriado, para fortalecer tu organismo o simplemente por que disfrutas el sabor del jengibre. Si te sientes muy mal o tienes fiebre es recomendable que consultes a un médico.
¡Saludos!
Anais
Ingredientes
Bolsita de infusión de manzanilla
Rebanadas de jengibre fresco
Rebanadas de limón
Miel de abeja
XX. Croquetas de Garbanzo
Ilustraciones Anais Quintanilla
Ser creativo en la cocina no es tan difícil, la mayoría de las veces es pura coincidencia o necesidad de alimentarse de lo que queda en el refri a fin de mes. Lo que sí es importante es tener buenas referencias para saber cómo mezclar los ingredientes que tienes a la mano, sobretodo cuando se te olvida ir al super o no tienes tiempo. Me pasó esta semana que tenía muchas ganas de hacer una pasta, estaba buscando una caja de espagueti pero no había nada en mi alacena, sólo una lata de garbanzos triste y olvidada.
Curiosamente había estado pensando en hacer falafels y por eso la había comprado, pero a fin de cuentas se me olvidó por completo y se quedó al fondo. Después de varias semanas resurgió pero de nuevo me faltaban ingredientes y ahora sí tenía ganas de hacer falafel. Abrí el refri para evaluar mis opciones y encontré unas zanahorias y una calabacita, entonces se me ocurrió hacer unas croquetas de garbanzo.
Para hacer las croquetas necesitamos una lata de garbanzos pelados, una zanahoria mediana rallada, una calabacita rallada, tres cucharadas de harina, tres ajos y aceite de oliva. Primero hay que machacar los garbanzos y los tres ajos hasta tener una pasta, después incorporamos dos cdas. de aceite de oliva y sal. Por otro lado mezclamos la zanahoria rallada y la calabacita en un recipiente, dejamos reposar y exprimimos el exceso de líquido. Es importante extraer la mayor cantidad de líquido posible para que las croquetas queden crujientes.
Finalmente mezclamos el garbanzo machacado, la mezcla de zanahoria y calabacita y agregamos las tres cucharadas de harina. Se incorporan bien los ingredientes hasta crear una pasta espesa. En una sartén calentamos un poco de aceite. Con la pasta hacemos unas tortitas de tres cm. de diámetro (pueden ser del tamaño que gustes) y se fríen hasta que queden doradas, unos tres minutos por cada lado, cuidando que no se quemen.
Para servir puedes acompañar las croquetas con pan de pita, pepino rallado, zanahoria rallada y yogurt griego o salsa tzatziki. Si tienes antojo de falafel, te recomiendo esta versión que ocupa pocos ingredientes y es bastante rápida de preparar.
Instrucciones
1 lata de garbanzos
1 zanahoria mediana (rallada)
1 calabacita (rallada)
3 ajos
3 cdas. de harina
1 cda. de sal
Aceite de oliva
XIX. Poke Bowl
Ilustraciones Anais Quintanilla
De vez en cuando me pasa que un platillo se me aparece por todos lados. Lo veo en un montón de fotos de Instagram o me salen diez versiones diferentes de cómo prepararlo en Facebook y simplemente se me queda ahí. El universo funciona de formas muy extrañas y a veces tienes que hacerle caso, sobre todo cuando hay un antojo de algo complicado.
Hace poco me puse a leer un artículo sobre los poke bowl. Tenía la idea de que eran una especie de sushi deconstruído, y de cierta forma lo son. Sin embargo, mi percepción sobre el lugar de origen estaba equivocada. Por alguna razón estaba convencida que era producto de la creatividad infinita de los japoneses pero en realidad son una invención de los hawaianos. Después de investigar un poco más y ver los ingredientes que usualmente llevan, me dí cuenta de que eran como una versión más tropical de un sushi.
Después de leer la nota, me quedé pensando en cómo recrear un poke bowl de forma sencilla. Le platiqué a mi hermana mi idea y me animó a llevarla a cabo lo más pronto posible. Los ingredientes que lleva son una parte de pescado fresco, usualmente salmón o atún, arroz y verduras. Mi mayor preocupación era encontrar salmón que no fuera congelado y al final decidí utilizar salmón ahumado. Para esta versión utilicé edamame, pepino y germen de alfalfa, pero también se pueden utilizar rábanos, col morada, aguacate, zanahoria, elote, etcétera.
Para armar el bowl todos los ingredientes se preparan por separado y después se arreglan en un plato hondo. Esta versión es para dos bowls. Se necesitan dos tazas de arroz para sushi ya preparado, 100 gramos de salmón ahumado, medio pepino rallado, 100 gramos de frijoles de edamame y 50 gramos de germen de alfalfa. También necesitamos salsa de soya, aceite de ajonjolí, vinagre de arroz y semillas de ajonjolí negro.
Los edamames los puedes conseguir en la sección de congelados del súper y ya vienen sin vaina, busca la versión en la que vienen sólo los frijoles. Para prepararlos hay que descongelar y ponerlos a hervir unos cinco minutos. Se drenan y se ponen en un recipiente. Para sazonar agregamos una cucharada de aceite de ajonjolí y una cucharada de salsa de soya, mezclamos bien y dejamos reposar. Después se ralla el pepino y se coloca en un recipiente. Agregamos una cucharada de vinagre de arroz y una cucharada de salsa de soya. Por último se lava y desinfecta el germen de alfalfa, se drena y se deja reposar en un recipiente y se sazona con una cucharada de salsa de soya.
Para armar el bowl colocamos una base de arroz en un plato hondo y desmenuzamos 50 gramos de salmón ahumado al centro, después agregamos los edamames, pepino y germen de alfalfa al rededor. Para sazonar podemos mezclar en un recipiente dos cucharadas de salsa de soya, una cucharada de aceite de ajonjolí y una cucharada de vinagre de arroz para hacer una salsa. Bañamos el salmón con una cucharada de esta salsa y agregamos semillas de ajonjolí negro (también se puede utilizar mayonesa de sririarcha para decorar). Espero disfrutes esta versión y te animes a experimentar con otros ingredientes.
¡Feliz semana!
Anais
Ingredientes
2 tazas de arroz para sushi
100 gr. de salmón ahumado
1/2 pepino rallado
100 gr. de frijoles de edamame
50 gr. de germen de alfalfa
Salsa de soya
Aceite de ajonjolí
Vinagre de arroz
Ajonjolí negro
XVIII. Ensalada de frijoles
Ilustraciones Anais Quintanilla
La primera vez que ví una ensalada de frijoles me pareció de lo más curioso. Acostumbrada a los refritos y su cremosa textura, nunca imaginé que se podrían preparar de otra forma. Al ver el plato decidí no tocar el recipiente. Pensé que el sabor sería raro, que los frijoles sólo se deberían comer refritos o a la charra y que mezclarlos con garbanzos y otras vainas sería demasiado extraño. Me alejé de la mesa de las ensaladas para acercarme a la parrilla y servirme una salchicha, un hotdog. Al menos me era más familiar.
Ese día en particular no habíamos tenido tiempo de salir a comer, las clases se habían alargado y cuando nos invitaron al bbq no dudamos en aceptar. Xiaotian y María decidieron atacar las ensaladas pues estaban listas para consumirse. A mí me parecieron un poco extrañas y preferí irme por lo reconocible primero. Había algunas ensaladas de betabel con mayonesa, de papa con huevo, de frijoles, todas en frío y con aspecto dudoso pues venían en empaques de la marca del supermercado. No me gusta demasiado la mayonesa así que decidí evitar las que tenían ese ingrediente y la de frijoles no se me hacía nada apetecible.
Como había muchas personas esperando las salchichas, el tiempo de entrega se alargaba y alargaba. Entonces Xiaotian me sugirió que probara las ensaladas. Le comenté que las ensaladas frías con mucha mayonesa no me gustaban para nada. Me dijo que tenía razón, que las de papa y betabel eran del super y de las más baratas así que tenían muchísima mayonesa y probablemente no me iban a gustar, pero la ensalada de frijoles estaba bien, alguno de los maestros la había traído de casa y estaba sabrosa. Usualmente coincidíamos en sabores, así que decidí servirme antes de que desapareciera por completo.
Le dije que tomara mi lugar en la fila para el asador, ya traía un plato con bastantes cosas y había empezado a comer, así que no le molestaría tomar mi lugar. Me acerqué a las ensaladas y me serví un poco de la de frijoles y un poco de espinacas y arúgula. Alguien había abierto una bolsa de papitas y tomé algunas. Regresé a la fila para el asador que comenzaba a moverse porque estaban saliendo las salchichas y alcanzamos tres piezas. María ya nos había alcanzado y decidimos buscar algunas sillas para sentarnos a comer.
Nos terminamos todo lo que nos habíamos servido. En lo personal me había gustado bastante la mencionada ensalada. Tenía garbanzos, elote, cebolla morada, etcétera, e iba bastante bien con la salchicha y la cerveza. Nos comentó alguno de los maestros que usualmente había varios alumnos vegetarianos y siempre buscaban tener opciones para ellos, ergo las ensaladas y no sólo los hotdogs. Los platillos fríos siempre me parecieron desagradables pero con el tiempo me he ido adaptando y he aprendido a disfrutar otro tipo de sabores.
Una ensalada de frijoles es una excelente fuente de proteína, y una buena opción para acompañar un bowl saludable. Necesitas 250 gr. de frijoles negros en bola (firmes), 150 gr. de garbanzos (firmes), tomates cherry frescos, cebolla morada (1/4 de pieza), y 150 gr. de elote amarillo. Para sazonar requieres sal, aceite de oliva y vinagre balsámico. Es necesario que los frijoles estén firmes, puedes utilizar los que venden en lata (en bola) o prepararlos a tu gusto en una olla exprés.
Para empezar hay que enjuagar y drenar bien los frijoles, garbanzos y elote. Las cantidades pueden ser aproximadas, si prefieres más de algún ingrediente en particular agrega más de tu favorito. Dejar escurrir unos 5 minutos. Picar la cebolla morada finamente y los tomates. Mezclar todos los ingredientes en un bowl y agregar sal al gusto. Dos cdas. de aceite de oliva y dos cdas. de vinagre balsámico. Es una receta muy sencilla y rápida. Si no tienes tiempo de hervir frijoles y garbanzos te recomiendo que utilices los que vienen en lata precocidos para ahorrar tiempo. Disfruta con algún corte de carne, o en un bowl vegetariano todos pueden disfrutar de este platillo.
¡Saludos!
Anais
Ingredientes
250 gr. de frijoles negros en bola (cocidos)
150 gr. de garbanzos (cocidos)
150 gr. de elote amarillo (cocido)
100 gr. de tomates cherry
1/4 de cebolla morada
2 cdas de aceite de oliva
2 cdas de vinagre balsámico
Sal y pimienta al gusto
XVII. Fideos
Ilustraciones por Anais Quintanilla
A veces cuesta trabajo incorporar más verduras a nuestra dieta. No es necesariamente que sean aburridas, creo que a veces el problema es pensar que para comer saludable es obligatorio comer únicamente brócoli y zanahorias hervidas. Soy de las personas que cree que la alimentación y la calidad de los ingredientes repercute directamente en el bienestar y para estar bien es necesario comer saludable. Es ahí donde entran las frutas y verduras, cuyo rol es primordial para una dieta balanceada y buenos hábitos alimenticios.
Volviendo al tema de cómo incorporar más verduras a tu dieta, una opción que puede funcionar como transición es preparar un stir-fry con fideos y muchas verduras. Es típico de la comida “china”, no sé si es cien por ciento auténtico pero es una gran opción para comer más vegetales. Es muy sencillo prepararlo tú mismo en una versión más ligera que la de los centros comerciales.
Para empezar es importante seleccionar tus vegetales, puede ser brócoli, champiñones, col, poro, zanahoria, calabacita, tú decides cuáles incorporar. No necesitas tener demasiados: dos o tres son suficientes para una buena combinación. Mi favorita es con cebollín, col y puero. Adicionalmente necesitas dos ajos grandes rebanados en láminas, una cucharada de jengibre finamente picado, dos cucharadas de aceite de ajonjolí, tres cucharadas de salsa de soya, una cucharadita de azúcar, una cucharadita de fécula de maíz y dos piezas de fideos vermicelli (o glass noodles).
Para empezar, pon a hervir tres litros de agua y agrega una cucharadita de sal. Cuando el agua esté lista agrega los fideos vermicelli y deja hervir 10 minutos. Escurre el agua caliente, lávalos con agua al tiempo y vuelve a escurrir. Deja reposar unos minutos. Corta la col, cualquier forma que desees es buena. A mí me gusta en cuadros y aprovechar la forma de la col para que me queden láminas delgaditas. Igual el poro, puedes hacer rodajas largas y luego cortar en cruz. Del cebollín podemos aprovechar tanto el bulbo como el tallo verde. Corta el bulbo en rodajas delgadas y la parte superior en trozos más grandes. No olvides lavar y desinfectar muy bien todos tus vegetales.
En un wok calienta dos cucharadas de aceite de ajonjolí, agrega el bulbo de la cebolla (la parte blanca), una cucharada de jengibre picado y el ajo en láminas. Deja calentar unos dos a tres minutos. Agrega la col y el puero y fríe unos tres minutos. Haz a un lado los vegetales (dentro del wok) y agrega las tres cucharadas de salsa de soya por un costado. Deja calentar un poco y agrega el azúcar sobre la salsa y remueve hasta que empiece a burbujear. Sobre esa mezcla agrega la fécula de maíz. Es importante mezclar bien la salsa de soya con el azúcar y la fécula hasta que estén bien incorporados y se deshagan los grumos. Si se hace demasiado espeso, o los grumos no se desintegran, puedes agregar agua por cucharadas.
Incorpora los vegetales con la mezcla de salsa de soya hasta que queden bien cubiertos. Agrega los fideos vermicelli y la parte del tallo del cebollín, mezcla bien con los vegetales y deja calentar unos dos minutos. Si sientes que a los fideos les falta sazón puedes agregar otra cucharada de salsa de soya. Puedes utilizar esta técnica para preparar solamente vegetales y el resultado es maravilloso, o bien puedes agregar tofu o pollo. El resultado siempre me deja satisfecha y feliz por estar comiendo más verduras.
🙂
Anais
Ingredientes
400 gr. de col (verde)
200 gr. de poro
4 cebollines medianos
2 ajos cortados en láminas
1 cda. jengibre picado
3 cdas. salsa de soya
1 cdita. de azúcar
1 cdita. de fécula de maíz
250 gr. fideos vermicelli
XVI. Pollo empanizado
Ilustraciones Anais Quintanilla
Hay algunos platillos que son tan básicos y nostálgicos que es imposible olvidarse de su existencia. Las milanesas de pollo empanizadas son de esos que siempre vienen a la memoria y se antojan en los momentos más extraños. Recuerdo que cuando era más pequeña eran de mis platillos favoritos y siempre que mi mamá las preparaba me hacía muy feliz.
Regresando al día de hoy la verdad es que no me gusta consumir pollo muy seguido, las historias de terror sobre este tipo de carne abundan (maltrato animal, demasiadas hormonas, mal sabor, etc). Usualmente la carne que se consigue en el supermercado no es de la mejor calidad, más bien siempre tiene un aspecto extraño y dudoso, aún así, cuando encuentras una buena pechuga o milanesa o te lanzas a tu pollería de confianza para comprar carne de calidad, vale la pena preparar una buena empanizada.
La persona que prepara las mejores milanesas es mi abuelita, empanizado parejo y perfecto, doradas y crujientes y carne perfectamente sazonada. Es maravilloso comer algo tan sencillo pero cocinado a la perfección. Empanizar una milanesa puede ser un trabajo difícil pero no imposible y si sigues estos pasos te prometo que obtendrás un empanizado casero magnífico.
El primer paso es tener una buena milanesa. Busca en tu supermercado carne de calidad o acude a una tienda especializada que ofrezca pollo lo más fresco posible, en verdad hace la diferencia empezar con buenos ingredientes. A mí me gusta cortarla en tiras pero puedes utilizar pedazos grandes. Hay que marinar la carne, para esto combina una taza de leche, una cucharadita de polvo de ajo y una cucharadita de sal. Remoja las milanesas unos 15 min.
Para el empanizado necesitamos pan molido y un recipiente hondo. Lo importante es que puedas colocar la pieza entera, agitarla ligeramente para cubrir bien con el pan molido y darle vuelta. Este paso para mí es el más importante porque cuando pones el pan molido sobre un plato extendido y presionas no se cubre toda la superficie de la milanesa, además se van formando grumos y no se logra un empanizado uniforme. Utilizar una cajita o recipiente con paredes te permite cubrir toda la superficie sin tener que presionar la carne.
En una sartén pon a calentar aceite, suficiente para cubrir toda la milanesa. Es importante utilizar suficiente aceite para lograr un dorado crujiente. Hay que freír tres minutos de cada lado o hasta que quede bien dorada (ten cuidado de que no se oscurezca demasiado para no resecar demasiado el pollo). Retira del fuego, colócalos sobre un papel absorbente y deja enfriar unos minutos. Sírvelo acompañada de puré de papa.
¡Nos vemos la próxima semana!
Anais
Ingredientes
500 gr de milanesa de pollo
1 taza de leche
1 cdita de polvo de ajo
1 cdita de sal
200 gr pan molido
Aceite
XV. Tarta de tomates
Ilustraciones por Anais Quintanilla
Pensar en las temporadas del año no es tan común hoy en día. Los supermercados y la conveniencia moderna nos han tornado un poco insensibles a los productos que dependen de cierto clima para madurar. Además vivimos en un país privilegiado en el que casi siempre encontramos las frutas y verduras básicas (y muchas más) sin necesidad de mortificarse demasiado.
Me vino a la mente esta idea porque comienza el verano en el hemisferio norte y empezamos a ver mangos frescos, y deliciosos, una fruta que sólo se da en los meses de junio y julio. Hay muchas frutas y verduras que dependen de las temporadas del año pero actualmente no les prestamos tanta atención porque realmente tenemos todo disponible casi todo el tiempo.
Quizás sí deberíamos poner más atención a lo que consumimos y cuándo lo consumimos para estar más conscientes de nuestros hábitos alimenticios y también como consumidores. Creo que en la actualidad tenemos muchos malos hábitos que están generando daños en el medio ambiente y que realmente no sabemos qué consecuencias nos traerán en el futuro. Es verdad que nos falta entender más sobre estas consecuencias, pero hay cosas muy sencillas que podemos hacer para tener menor impacto. Una de ellas es utilizar frutas y verduras en la temporada correcta.
Aparte de mangos el verano es la mejor temporada para los tomates. En México éstos se dan casi todo el año porque tenemos temperaturas cálidas mas o menos estables, pero en regiones que son más frías es mucho más notable cuando se ponen de temporada. Los tomates son perfectos para muchas recetas, salsas, ensaladas, horneados etc. son versátiles y deliciosos y hay muchas variedades y colores.
Una buenísima opción para el verano es preparar una tarta de tomates. Para esta receta necesitamos pasta de hojaldre, tomates de diferentes tipos: guaje, cherry, tomatillo, los que gustes utilizar, queso crema, queso de cabra, tomillo, orégano, aceite de oliva, cebolla, ajo y espinacas. Puedes comprar pasta de hojaldre ya preparada en el supermercado. El primer paso es cortar los tomates en rebanadas, recomiendo 4 tomates guaje, 2 tomatillos grandes y unos 10 tomates cherry. Pueden ir cortados en mitades. Hay que bañarlos con aceite de oliva, de 2 a 3 cdas. y sazonar con sal, pimienta, orégano y tomillo. Dejar macerar unos 15 min y precalentar el horno a 200ºC.
En una sartén pon a freír dos cucharadas de cebolla picada y una cucharada de ajo picado. Después de 2 ó 3 min agregar 250gr. de espinacas y cocinar unos 5 minutos más. Retirar del fuego e incorporar el queso crema mientras las espinacas todavía están calientes. Dejar enfriar la mezcla unos 5 min. Sobre una charola o un refractario grande extender la masa de hojaldre con un palote, mas o menos 15 x 20 cm. Puedes presionar la orilla de la masa con un tenedor, 1 cm alrededor, para decorar. Extiende la mezcla de queso crema sobre la pasta de hojaldre, que quede en un cuadro al centro. Sobre el queso crema coloca los tomates en hileras o de cualquier forma que desees. Para terminar agrega algunos pedazos de queso de cabra encima de los tomates. Hornea de 20 o 30 min. o hasta que el hojaldre quede dorado y los tomates estén bien cocidos. Puedes dejar enfriar la tarta un buen rato o comerla recién salida del horno.
¡Saludos!
Anais
Ingredientes
500 gr. pasta de hojaldre
4 tomates guaje
2 tomatillos grandes
10 tomates cherry
225 gr. queso crema
200 gr. espinacas
2 cdas cebolla picada
1 cda ajo picado
Tomillo y orégano seco
Aceite de oliva
Sal y pimienta
XIV. Betabel y queso
Ilustraciones por Anais Quintanilla
Nunca me han gustado las comidas frías, honestamente no sé de donde proviene esta reticencia. Tal vez sea una cuestión cultural o que en mi casa acostumbramos calentar todo. No lo sé. Lo que me parece gracioso, y hasta cierto punto irónico, es que en numerosas ocasiones me ha tocado hacer mis dudas a un lado y ceder un poquito pues no siempre se puede tener una comida caliente, sobretodo cuando andas viajando por lugares nuevos.
Ese tipo de experiencias son muy importantes porque te hacen crecer y aprender a disfrutar de más cosas en la vida. Probar diferentes tipos de comidas me ha ayudado a ser más tolerante y comprensiva, además de permitirme ver y entender otros puntos de vista. Cuando viajas es bonito ponerte en los zapatos de los locales y casi siempre aprendes o entiendes algo nuevo de su estilo de vida. Siempre he tenido esa fascinación por entender a las personas y por eso me parece tan importante comprender un poco su comportamiento.
En alguna ocasión que visité Londres sola (hace muchos años cuando todavía no había wifi disponible en todas las esquinas) me tocó perderme entre las calles laberínticas. Entre mi fascinación por la arquitectura y mi falta de conocimiento de la ciudad terminé dando un montón de vueltas con mi mapa sin saber dónde comer. Había desayunado tarde pero ya había caminado demasiado, habían pasado varias horas del medio día.
Después de caminar un rato sin rumbo recordé que Marks & Spencer tenía una sección de comidas preparadas. La mayoría eran sandwiches y ensaladas, todo en frío. Había probado los scones y otros pastelitos de la panadería y me habían gustado mucho. Decidí darle una oportunidad a la comida para llevar, entré a una de las tiendas y repasé los refrigeradores llenos de sándwiches y ensaladas. Había algunas con pastas (frías), otras con vegetales (fríos) y un montón de sándwiches con diferentes ingredientes (fríos). Me decidí por una ensalada con betabel y queso de cabra y un sandwich sencillo. Sin darle muchas vueltas al asunto me dirigí a la caja y salí de ahí con mi bolsita verde.
Durante los días que había estado caminado por el centro había visto a muchas personas comer afuera de los museos exactamente lo mismo que llevaba en mi bolsita, ensaladas y sandwiches. Después de ese día comprendí por qué: era fácil, rápido y bastante barato. La ensalada que yo había comprado estaba muy buena. Esa combinación en particular del betabel con queso de cabra era excelente. Perfecta para disfrutar al fresco, fuera de la oficina en algún jardín o con vista a los leones de Trafalgar square. Comprendí un poco de esa cultura londinense de comer al aire libre y disfrutar de los días sin lluvia al máximo.
Para preparar una ensalada de betabel con queso de cabra necesitamos espinacas baby, un betabel y queso de cabra. Pela el betabel con cuidado, suelta mucho jugo y es fácil de ensuciar todo lo que toques, sobretodo la ropa blanca es difícil de desmanchar. Córtalo en cubos como de unos 2 cm y ponlo a hervir unos 15 minutos. El betabel debe quedar suave y firme. Retira del fuego y deja enfriar un rato. Sirve sobre una cama de espinacas y acompaña con un buen pedazo de queso de cabra. Agrega un poco de aceite de oliva y sazona con sal (al gusto).
Cheers!
Anais
Ingredientes
Betabel
Espinacas baby o lechugas mixtas
Queso de cabra
Aceite de oliva
Sal
XIII. Sangría
Ilustraciones por Anais Quintanilla
La palabra sangría siempre me ha parecido muy adulta y en sí la bebida se me hace de lo más señorial en la vida. Dejando los prejuicios a un lado, la verdad es que en estos tiempos de calor se antoja muchísimo una bebida fresca más que cualquier otra cosa y una sangría con bastante hielo es una magnífica opción para olvidarse un ratito del verano y concentrarse en pasársela bien.
La sangría es como un ponche de frutas pero con vino tinto, puedes preparar una jarra grande para compartir con todos tus invitados y agregarle con pedacitos de fruta. Lleva también jugo de naranja y agua mineral, que complementan el sabor amargoso del tinto. Si de repente se te antoja algo diferente para tus reuniones y estás un poquito harto de los refrescos te recomiendo preparar una jarra de sangría. No necesitas comprar un vino muy caro, de hecho es preferible que la prepares con algún vino que no sea demasiado fino.
Los ingredientes para un sangría muy sencilla son los siguientes: una botella de vino tinto, agua mineral, jugo de naranja, rebanadas de naranja, manzana y fresas, hielo al gusto. Puedes prepararla en una jarra grande, a mí me gusta servir el hielo directamente en las copas para que no se derrita en la jarra y se vaya diluyendo. Antes de mezclar asegúrate de que todas las bebidas estén bien frías.
Para empezar coloca 500 ml de vino tinto en la jarra. Agrega 500 ml de jugo de naranja y 800 ml de agua mineral. Agrega una naranja rebanada en rodajas, una manzana picada y 100 gramos de fresas rebanadas en rodajas. Mezcla bien con una cuchara y deja en el refrigerador un rato para que la sangría esté bien fría. Si prefieres agregar un poco más de vino o jugo puedes ir ajustando según lo prefieras.
Coloca algunos pedazos de hielo y fruta picada en una copa y agrega la sangría bien fría.
😉
Anais
Ingredientes
500 ml vino tinto
500 ml jugo de naranja
1 lt agua mineral
1 naranja
1 manzana
200 gr de fresas
Mucho hielo
VI. Camote y Canela
Algunos ingredientes llegan a tu vida inesperadamente, y a veces te resistes un rato antes de probarlos. Pero conforme pasa el tiempo, de una forma u otra, encuentran el camino hacia tu corazón. Para mí los camotes han tenido ese efecto de favorito inesperado y recientemente se han convertido en un elemento obligado cuando preparo alguna cena especial.
Creo que los camotes no siempre fueron tan poco populares. Recuerdo estar en la cocina de mi abuelita y escuchar el sonido peculiar del señor que pasaba vendiendo camotes asados y a mi mamá sintiendo un poco de nostalgia por ese postre. La verdad es que el camote asado se siente como un platillo de otra época y en lo personal nunca fue uno de mis favoritos. Las papas siempre han tenido más protagonismo, su sabor cremoso y neutro es perfecto para acompañar casi cualquier platillo y el camote, aunque tiene una textura muy similar, queda en el limbo por su sabor un poco más dulce.
Recuerdo haber probado, en alguna ocasión, “papas fritas” de camote y también el camote asado pero honestamente ninguna de esas versiones causó un gran impacto en mi paladar, o tal vez no estaba lista para su sabor. Mi predilección por este ingrediente es más reciente y se debe más bien a mi curiosidad por probar sabores diferentes y experimentar un poco con otras técnicas para preparar unas buenas papas.
Mi versión favorita para prepararlo es en rodajas aplastadas y con un poco de canela. El método tal vez suena un poco extraño pero el resultado es muy bueno, como un mini puré con una costra doradita. El primer paso es tener algunas piezas de camote. Usualmente prefiero el de cáscara café y que por dentro es naranja, el cual hay que lavarlo bien y cortarlo en rodajas de 1 cm aproximadamente, con todo y piel. Una vez que tienes las piezas cortadas hay que ponerlas a hervir unos 6-8 minutos. Hay que tener cuidado de no pasarse de tiempo porque al dejar los camotes hirviendo demasiado se vuelven muy suaves y se deshacen. El objetivo es que queden suaves pero sin que se les caiga la piel.
El siguiente paso es pasar las rodajas a una tabla para cortar o a un plato y una por una aplastarlas ligeramente. Lo puedes hacer con un palote o una cuchara ancha, pero ten cuidado de no hacerlo con la mano después de sacarlos del agua hirviendo porque las piezas están muy calientes. No es necesario aplastarlos demasiado, un ligero empujoncito es suficiente. En un mortero puedes moler un poco de orégano y canela en polvo. Después, en una sartén extendida, hay que calentar una cucharada de mantequilla con aceite de oliva para freír las rebanadas de camote. Se deben sazonar con el orégano y la canela y un poco de sal. Deja freír unos 2-3 min por cada lado, hasta que la cáscara del camote quede bien dorada.
Estas rebanadas son perfectas para acompañar casi cualquier platillo o simplemente comerlas solas como snack de media noche. Si sientes que estas un poco cansado de solo comer papas te recomiendo que le des una oportunidad a este ingrediente y probablemente se convertirá en tu nuevo favorito inesperado.
¡Saludos!
Anais
V. Lax Don
Había estado caminando todo el día viendo museos y obras de arte. No me molesta en lo absoluto caminar pero soy de esas personas que sin comida no funcionan o, más bien, se trastornan. Mis compañeras lo empezaban a notar y la verdad es que ya eran las tres o cuatro, ¿cinco? ¿Cuánto mas faltaba para la siguiente comida? Horas, días tal vez… Decidimos tomar un descanso y buscar un restaurante. Nuestro profesor conocía bien la zona ¡gracias a Dios! de lo contrario nos hubiera tomado años enteros escoger el lugar, buscar cómo llegar, transportarnos, ordenar… tiempo incalculable de espera.
El tiempo pasaba, mi hambre no concedía tregua y mi cara comenzaba a reflejar todas las complejas emociones que sentía en ese momento. Al menos teníamos un destino fijo. Llegamos a un pequeño lugar que parecía un bar de sushi: una barra larga de madera y unas cuantas mesas. Se veía como un auténtico restaurante japonés. Al entrar mi cara no podía disimular más el disgusto. Era primavera pero todavía hacía frío y la verdad yo solo tenía ganas de comer algo caliente. El sushi se veía muy bien pero no era el momento indicado para una comida fresca.
Pregunté en el mostrador si había algun platillo caliente, aunque no tenía muchas esperanzas. La verdad no entendía nada y en mi estado de inanición hubiera sido imposible comprender cualquier cosa. Afortunadamente el menú tenía fotos y podías ver exactamente lo que te iban a servir. La chica apuntó hacia arriba: “Lax don”, dijo animada. Salmón y arroz, pensé. Se veía bien. Un platillo sencillo y sin complejidades. “El salmón está cocinado”, agregó. Lax don, pues, y una sopa miso. Al menos la sopa estaría caliente y nos la servirían rápido.
Nos sentamos en una esquina. Cuatro personas en esa mesa se sentía un poco justo pero nos acomodamos como quiera. Nos servimos té (que sí estaba calientito) y esperamos la llegada del miso. Conversamos un poco, distraídamente. Mis expectativas eran inciertas, aunque David nos aseguró que el lugar era excelente, la verdad era que yo no pensaba en más que comida. “Cuatro sopas miso” dijo la chica mientras ponía cuatro tazoncitos sobre la mesa. Olía muy bien. ¡Al fin, comida! Lo que siguió fue una grata sorpresa pues la sopa estaba deliciosa. Solo tenía cebollín y unos cuantos cuadritos de tofu suave. El sabor era ligero y cálido, un preámbulo perfecto para el plato fuerte que estaba por llegar.
Otro chico nos trajo los platillos en tazones hondos de cerámica tradicional japonesa. La presentación era increíble. El salmón estaba cubierto con una ligera salsa oscura y debajo una cama de arroz blanco. Se veía hermoso y no sólo lucía bien, al probarlo me di cuenta de que todo lo que sabía sobre comida japonesa estaba equivocado. Es difícil describir la perfección de ese plato, el balance perfecto de los ingredientes: la salsa, el salmón, el arroz y unos pedacitos de cebollin asado. En ese momento comprendí algunas cosas sobre la comida en general y sobre la tradición del minimalismo japonés en particular. La meticulosidad de preparar algo tan sencillo de forma perfecta es una habilidad que solo los japoneses pueden convertir en una forma de arte.
Algunos años después, ya de regreso en la Sultana del Norte, cometí el error de comprar una salsa de ostión en lugar de salsa de soya. No me percaté hasta llegar a casa y al abrir la botella supe que me había equivocado sutilmente. La probé, sin tener muchas expectativas, honestamente no esperaba nada en particular, pero el sabor me resultó familiar, lo recordaba de algún lugar. Salmón, arroz, pensé. El lax don regresó a mi memoria inmediatamente.
Como de costumbre decidí experimentar y tratar de recrear la salsa. Compré unos pedazos de salmón con piel y una bolsa de arroz para sushi. Ya en casa mezclé media taza de la salsa de ostión, dos cucharadas de salsa de soya, una de aceite de ajonjolí y una cucharadita de miel de maple. Puse la salsa a calentar, a que hirviera unos minutos y retiré del fuego. En una sartén caliente puse un poco de aceite y freí las piezas de salmón sobre la piel y tapé. Dejé cocinar unos 4-5 min hasta que estuviera bien cocido. El secreto para obtener un salmón perfecto es freírlo directamente sobre la piel y tapar, dejarlo unos cuantos minutos hasta que se despegue de la sartén sin esfuerzo. De esta forma obtendrás una textura perfecta y cocción uniforme.
Preparé una taza de arroz para sushi y serví un poco en un tazón hondo: una cama de arroz con una pieza de salmón encima, tres piezas de cebollín asado todo cubierto con una buena capa de la salsa oscura. Desafortunadamente no tengo ningún plato de cerámica tradicional japonesa pero por lo menos tengo un par bonito de palillos chinos. El resultado fue excelente. La salsa estaba ligeramente dulce y el sabor era perfecto, una recreación fabulosa y acertada del lax don.
Para esta receta mi recomendación es jugar un poco con las proporciones de la salsa. Si la quieres un poco más ácida agrega más salsa de soya, o si te gusta un poco más dulce agrega un poco más de miel de maple. Juega con los ingredientes y encuentra tu balance perfecto.
¡Sayonara!
Anais
Ingredientes:
2 piezas de salmón con piel
3 Tallos de cebollín en pedazos
2 tazas de arroz para sushi ya preparado
Para la salsa:
1/2 Taza de salsa de ostión
2 Cucharadas de Salsa de Soya
1 Cda. de Aceite de ajonjolí
1 Cdita. de Miel de maple
IV. Bolognesa
Una de mis recetas favoritas y que he ido perfeccionando a través de los años es la salsa boloñesa. Para la primera lasaña que preparé, hace ya bastante tiempo, utilicé alguna salsa embotellada, de esas que venden en el súper en botella de vidrio. Solía ser mi preferida (para hacer lasaña), y la verdad es que no voy a juzgar a nadie que las utilice con frecuencia, son demasiado prácticas para cuando no tienes tiempo ni de respirar y te tienes que alimentar.
A mí, en lo personal, me dejaron de gustar en algún punto. El sabor me parecía demasiado plástico. No sé en que momento me convertí en una esnob de la salsa de tomate, pero creo que después de probar tantas salsas enlatadas que sabían a lo mismo simplemente me hartaron. Mi salsa de tomate favorita siempre ha sido la que prepara mi abuelita para su espagueti rojo, a la cual solo le pone tomate fresco, cebolla y ajo. Las abuelitas tienen esa sabiduría de la cocina que viene de tantos años de experiencia y nunca les falla. Ingredientes básicos y frescos, ese es todo el secreto.
Creo que fue cuando estuve estudiando fuera que empecé a preparar mi propia salsa de tomate para pastas. No entendía nada de lo que había en el súper, las diferencias de lenguaje al principio eran muy fuertes. Entonces recordé la sencilla forma de preparar salsa de tomate de mi abuela y decidí experimentar un poco. No tenía licuadora así que solo trataba de cortar el tomate muy finamente y lo dejaba cocinar un largo rato para que se deshiciera. El sabor siempre resultaba muy agradable. Así empecé a hacer salsas de tomate un poco más naturales.
Tiempo después, cuando estuve trabajando de Aupair en Estocolmo, la lasaña se convirtió en el platillo favorito de los viernes por la tarde. Mi receta básica para preparar la salsa había ido evolucionando, pero de alguna forma había encontrado el balance perfecto para un excelente sabor, con base en ingredientes naturales. Lo que me gusta de preparar esta salsa es que no importa si los tomates están ligeramente verdes o perfectamente maduros, siempre funciona bien y es excelente para acompañar espagueti, caneloni, lasaña, penne, etc.
Para preparar la salsa boloñesa me gusta empezar organizando todos los ingredientes necesarios. Es una receta que requiere tiempo: de 20 a 30 minutos de preparación de los ingredientes, una hora de cocción, paciencia y un poquito de amor por la salsa de tomate. Para empezar necesitamos cortar unos 12 tomates guaje en tiras (primero en rodajas y después en tiras) no es necesario que esté cortado muy finamente. Pica una cebolla blanca (grande) en cuadritos, muy finos y separa. Pica finamente 5 ajos grandes y separa. Usualmente utilizo carne para la salsa bolognesa pero si prefieres puedes agregar zanahoria y apio en su lugar. Se necesita medio kilo de pulpa molida con poca grasa (o rallar dos zanahorias grandes y media taza de apio picado). También necesitamos aceite de oliva, orégano seco, tomillo, una cajita de puré de tomate (250 gr.), sal y pimienta.
Una vez que tengo listos los ingredientes empiezo a preparar la salsa. Esta receta alcanza, aproximadamente, para dos litros y hay que cocinarla en una cazuela suficientemente grande. Suele suceder que empiezas el proceso en un recipiente muy pequeño y terminas en problemas porque te hace falta más espacio. Para empezar hay que calentar tres cucharadas de aceite de oliva a fuego alto. Una vez que el aceite esté burbujeando, agrega 3/4 de la cebolla picada y 3/4 del ajo picado. Cuando la cebolla está transparente agrega todo el tomate cortado, deja calentar unos tres minutos y agrega una cucharadita de sal. Revuelve bien y agrega media taza de agua. Si no piensas utilizar carne para tu salsa es momento de agregar la zanahoria y apio. Hay que tapar el recipiente y dejar que el tomate comience a deshacerse, aproximadamente de 10 a 15 minutos. Mueve frecuentemente con una cuchara.
Mientras el tomate está hirviendo hay que cocinar la carne. Empieza por calentar una cucharada de aceite en una sartén extendida. Agrega el resto de la cebolla y el ajo y calienta unos dos minutos o hasta que la cebolla esté transparente. Después agrega la carne molida y deshaz con una cuchara, que quede mas o menos como picadillo. Agrega un poco de sal. En lo personal me gusta que la carne quede bastante fina, pero puedes dejar los trozos al gusto. Hay que cocinar la carne para que quede dorada, aproximadamente unos cinco minutos.
Cuando la carne esté lista es momento de agregarla a la salsa. Incorpora directamente mezclando con una cuchara. Agrega la cajita de puré de tomate. El toque especial y más importante de esta receta son las especias. Puedes mezclar media cucharadita de orégano y media cucharadita de tomillo en un mortero y molerlo hasta que quede un polvo fino. Agrega a la salsa junto con un poco de pimienta recién molida, o una pizca de pimienta en polvo. Si la salsa está demasiado espesa o se ve pastosa puedes agregar media taza de agua. Deja hervir 10-15 minutos. Es muy importante dejar que la salsa hierva suficiente tiempo para que se concentren los sabores. Esa es la parte mas importante de todo el proceso.
El resultado es una salsa con un sabor concentrado tanto del tomate como de las especias. Es excelente para acompañar un espagueti, sólo agrega un poco de parmesano rallado y tienes un delicioso platillo listo. También la puedes utilizar para lasaña o penne al gratin, cualquier tipo de pasta que se te antoje. Requiere tiempo y un poco de esfuerzo pero preparar esta salsa desde cero siempre me deja una satisfacción increíble que me gusta compartir con mi familia.
¡Nos vemos la próxima semana!
Anais
Ingredientes
– 12 tomates guaje
– 1 cebolla blanca grande
– 5 ajos grandes
– 500 – 600 gr. de pulpa negra molida o dos zanahorias grandes ralladas y media taza de apio picado
– 1 cajita de puré de tomate (250 gr.)
– Aceite de oliva
– 1/2 cdita. de oregano
– 1/2 cdita. de tomillo
– Sal
– Pimienta
III. French Toast
Siempre que se me antoja hacer brunch inmediatamente imagino una torre enorme de hotcakes acompañados de hashbrown y rebanadas de tocino. No puedo negar que el desayuno al estilo americano es uno de mis favoritos y me gusta prepararlo de vez en cuando en casa. La verdad es que no me gustan los restaurantes de desayunos, la idea siempre es buena en principio pero la comida siempre termina decepcionándome. Las papas no están lo suficientemente crujientes o no me gusta el sabor de los hotcakes o la mermelada está muy líquida, o cualquier otro detalle se presenta y casi siempre termino arrepintiéndome de no haberlo preparado en casa yo misma.
Creo que hacer brunch es mi parte favorita del fin de semana, sobre todo los domingos que se antoja levantarse tarde y hacer un buen desayuno para después pasar la tarde haciendo casi nada y distraerse con cualquier cosa o empezar a ver una serie o tal vez ver 5 películas. Intentar salir de casa en domingo siempre me cuesta trabajo, he de confesar, por eso me gusta iniciar el día con un buen brunch y después preocuparme por tomar decisiones importantes como ir al cine o no, o salir a andar en bici, o no.
Uno de mis desayunos favoritos, cuando me siento elegante pero sin muchas ganas de trabajar, es el french toast. Es una receta muy sencilla pero siempre que lo preparo me hace sentir que estoy comiendo hotcakes, sin la necesidad de preparar la masa, ensuciar un millón de trastes ni sacar la batidora o la plancha de acero. El french toast es más sencillo, es un “pan tostado” con una ligera capa de huevo que va muy bien con miel o mermeladas.
Para preparar un buen french toast es importante tener un buen pan, en rebanadas gruesas. Puedes utilizar una barra artesanal o pan francés. El pan de caja normal también funciona bien. La verdad es que esta receta es muy versátil y la puedes adaptar a lo que tengas en casa o elevarla un poco y utilizar mejores ingredientes, tú decides.
Para preparar el capeado hay que batir un huevo con 3/4 de taza de leche, media cucharadita de canela en polvo, y un chorrito de vainilla. Puedes utilizar un recipiente extendido, no muy hondo donde puedas vaciar los ingredientes y tengas suficiente espacio para remojar el pan. Hay que batir la mezcla bien para que la canela se incorpore con el huevo, lo puedes hacer con un tenedor o unos palillos chinos.
Corta cuatro rebanadas gruesas de pan y sumerge una por una en la mezcla líquida. Asegúrate de sumergir bien ambos lados de la rebanada. En una sartén derrite un poco de mantequilla. No dejes las rebanadas remojando mucho tiempo, solo asegúrate de que hayan absorbido bien el huevo, por ambos lados, e inmediatamente colócalas en la sartén caliente. Déjalas que doren por ambos lados y ta dá, brunch casi listo.
Para tener un brunch ideal puedes acompañar con jugo de naranja y café, frutas como plátano, fresas, frambuesas o moras azules, yogurt griego con amaranto y mermelada, y por último el french toast. Disfruta preparando tu desayuno, saca tu taza más bonita y tu vajilla de cerámica fina, coloca algunas flores en un jarroncito y ¡disfruta del día más tranquilo de la semana!
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Anais
Ingredientes
1 recipiente hondo y extendido
1 huevo
3/4 de taza de leche
1/2 cdita. canela en polvo
1 cdita. vainilla
4 o 5 rebanadas de pan
Fruta al gusto para decorar
Mermelada al gusto
Ilustraciones: Anais Quintanilla
II. Merengues
El fin de semana anduve paseando por La Condesa. Para los que conocen la Ciudad de México sabrán que es el mejor lugar para encontrar cualquier tipo de comida nacional e internacional y satisfacer todo tipo de antojo. No andaba buscando nada en particular, acababa de comer unos buenos tacos y mis amigos se habían quedado con ganas de un postrecito. ¿Quién puede quedar satisfecho después de comer sin la parte esencial?
Caminamos un rato, disfrutando del día cálido bajo la sombra de los árboles altísimos. Un montón de jacarandas empezaban a dejar caer sus florecitas moradas y todas las calles estaban rociadas de pétalos. Se sentía como un buen día de primavera. Al llegar a una esquina nos topamos con una panadería, que me comentaron era excelente y me sugirieron probar las conchas. Todo se veía muy rico y estuve tentada a llevarme todos los panes del mostrador pero había que elegir. Me decidí por tres conchitas, un pastelito de manjar y un peine de hojaldre relleno de zarzamora y nueces. Todo estaba muy bueno.
Me gustó en particular el peine de zarzamora, el hojaldre estaba crujiente y la mermelada no demasiado dulce. Las conchitas también me gustaron, son mi pan favorito así que no había forma de equivocarse. Tenían un ligero sabor a pan del sur y me recordaron el de Veracruz, pan de horno de leña. El pastelito de manjar parecía un merengue, cubierto de azúcar glass. Los merengues son especiales para mí por que me recuerdan a Lukas y Linnea. Fui su niñera más de un año y les encantaba que les hiciera pavlova con fresas, tal vez por esa razón escogí ese pastelito.
La primera vez que Lisa, su mamá, me pidió hacer un pastel me sugirió esa receta: pavlova con fruta. Era justamente para la primera cena de pascua que celebraríamos juntos. Nunca lo había preparado antes pero sí había visto a mi mamá hacer betún con claras de huevo y pensé que no sería muy difícil hacer la base de merengue. Busqué una receta y encontré una que llevaba fruta de la pasión (maracuyá), se veía muy bien en la foto.
El día de la cena me levanté temprano para hacer el pastel. Hacer merengue no es complicado pero sí hay que seguir los pasos y batir bien para que la mezcla quede esponjosa. Comencé por batir las claras y agregar el azúcar pero por alguna razón el merengue quedó un poco aguado. Empecé a entrar en pánico, pero no había tiempo para componer mi error, tenía exactamente cuatro horas para terminar pues al medio día había que salir para llegar a la reunión con amigos. Continué batiendo y agregando azúcar hasta que alcancé una textura más o menos decente. Tenía recuerdos de mi mamá volteando el recipiente con el merengue para ver si estaba listo. Mi merengue se deslizaba despacio pero no hubiera sido posible voltearlo de cabeza por completo.
Decidí proseguir. Puse papel encerado en una charola y vacié la mezcla, se mantenía mas o menos en forma de montañita. Lo metí al horno mientras limpiaba la cocina y batía la crema. Después de media hora el merengue comenzó a esponjarse, sentí un poco de tranquilidad y alivio. Empezaba a parecerse al de la foto. Lo dejé una hora a 200ºC y después lo saqué para que se enfriara. Se veía hermoso, como un merengue gigante, crujiente por fuera y con pequeñas grietas alrededor. Lo dejé un rato enfriando y después vacié la crema batida encima, lo decoré con fruta de la pasión. Guardé el pastel en el refrigerador y fui a prepararme para la salida. Cuando los niños lo vieron se les iluminó la cara, pero habría que esperar varias horas para comerlo pues la cena empezaría hasta más tarde.
Finalmente llegó el ansiado momento del postre y se repartió el pastel. Yo estaba un poco nerviosa porque no sabía qué esperar pero tomé el pedazo que me sirvieron. Al probarlo me sorprendí, el merengue estaba crujiente por fuera y suave por dentro, como un bombón. La crema agregaba un poco de textura y la acidez de la fruta era perfecta. Los niños se lo comieron rapidísimo y pidieron una segunda porción y luego una tercera. Desafortunadamente el pastel no es infinito, y se terminó muy rápido. Todos los invitados lo disfrutaron y acordaron que había estado muy bueno, y yo más que nadie estaba feliz pues había resultado mejor de lo esperado. A partir de esa ocasión se convirtió en mi especialidad y en el pastel oficial para fiestas de cumpleaños y reuniones.
La pavlova se puede acompañar de cualquier fruta: fresas, moras azules, frambuesas, mango, granada o kiwi. Es el postre perfecto para la primavera pues es ligero y fresco, además prepararlo no es tan complicado y el resultado siempre es mejor de lo que esperas. Lo recomiendo ampliamente para los días cálidos de primavera y verano.
¡Feliz inicio de primavera!
Anais Quintanilla
· 4 claras de huevo
· 1 y 1/4 tazas de azúcar
· 1 cdta. vinagre blanco
· 2 cdtas. fécula de maíz
Decoración
250 ml. crema para batir
300 gr. fresas partidas a la mitad (fruta)
Instrucciones
· Agregar claras, y vinagre y batir hasta que esponjen. Agregar la fécula de maíz y el azúcar por partes y seguir batiendo hasta que se formen picos.
· Vaciar sobre una charola con papel para hornear formando un círculo. Hornear durante una hora a 200ºC.
· Sacar y dejar enfriar.
· Decorar la base de merengue con la crema batida y fruta.
Ilustraciones: Anais Quintanilla
Del corazón al plato
I. Introducción
La primera impresión de un platillo empieza con la vista y se queda en la memoria. Después vienen los sabores a llenar el paladar y entonces la experiencia se convierte en algo memorable o en un desastre/tortura que solo termina hasta que decides ya no comer más.
No sé cuando nació mi amor por los sabores, creo que puedo rescatar algunas imágenes en la cocina de mi abuela o tal vez en la cocina de mi casa. No estoy muy segura, pues no fue a una corta edad. Tal vez todo comenzó cuando empecé a vivir sola en el extranjero y la comida se convirtió en compañía y convivencia. La verdad es que mi memoria siempre ha sido un desastre, por eso cuando algo permanece a lo largo de los años es porque fue realmente significativo y siempre que pruebo algo que me gusta trato de disfrutarlo y memorizarlo para después poder recrearlo en mi cocina y compartirlo con mi familia y amigos.
Recrear un platillo de la memoria puede ser difícil y frustrante. A veces la tarea es imposible porque no encuentras los ingredientes y te tienes que conformar con una recreación a medias, que mi lado perfeccionista siempre me termina reclamando. Entonces vuelvo a intentar cambiando una cosa por otra hasta que encuentro un sabor que me gusta. La verdad es que no tengo ninguna educación culinaria formal, solo he andado por la vida comiendo por aquí y por allá guardando en el recetario de mi cabeza detalles y combinaciones que me gustan.
Un día, hace uno o dos años, paseando por los pasillos de un supermercado en Monterrey me topé con la sección de productos internacionales. Inspeccionando meticulosamente el anaquel me di cuenta que tenían una buena variedad de tallarines secos, arroz para sushi, salsas y algunos currys. Me llamó en particular la atención un paquete de tallarines udon de estilo japonés e inmediatamente me acordé de la primera vez que los probé.
Xiaotian me había invitado a pasar un fin de semana en su departamento, era un día helado de primavera escandinava y las dos nos moríamos de frío. Decidimos ir a comprar provisiones a la tienda de productos orientales y me prometió prepararme una sopa sencilla pero que me iba a encantar, conoce a la perfección mi debilidad por la comida asiática. Preparó los tallarines hervidos y los sirvió en un tazón, agregó semillas de ajonjolí, dos cucharadas de salsa de soya y una cucharada de aceite de ajonjolí. Tal vez fue el frío de ese día, tal vez tenía demasiada hambre pero la combinación de esos pocos ingredientes me fascinaron. Decidí darle una oportunidad a estos tallarines que me encontré en el súper y me los llevé a casa, tenía el resto de los ingredientes en mi alacena así que decidí hacer una prueba.
Preparé los tallarines como sugería el empaque y agregué espinaca baby cortada en juliana, hirviendo por tres minutos. Vacié los tallarines en un tazón, agregué semillas de ajonjolí negro, dos cucharadas de salsa de soya y una de ajonjolí. Olía muy bien y me recordó a un pequeño restaurante japonés, iba por buen camino. Al probar la sopa el sabor fue bastante bueno, suficiente para repetir la experiencia. Desde entonces y cuando se me antoja ese sabor en particular preparo esta sopa, es muy sencilla y rápida y los ingredientes se consiguen fácilmente en algunos supermercados de la ciudad. Si tienes interés por la comida asiática y en particular la japonesa te recomiendo preparar esta sencilla sopa con tallarines udon, es sorprendentemente llenadora y satisfactoria para días fríos.
Por el momento me despido, pero les doy la bienvenida a este espacio que estará lleno de sugerencias para la cocina y anécdotas nostálgicas. Espero disfruten de este viaje a través de mi memoria.
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Anais Quintanilla
Ingredientes
Un paquete de tallarines udon sabor oriental
100 gr de espinaca baby cortada en juliana
2 cdas de salsa de soya
1 cda de aceite de ajonjolí
Semillas de ajonjolí negro al gusto